NO hay duda de que entramos en momentos de cambio, que han de convivir con nosotros durante algunos cuantos años. La situación que se ha creado en el espacio internacional dentro del sistema económico es inestable e interdependiente, por lo que se van a producir cambios importantes, unos directos y otros indirectos. Las medidas de corto plazo o correctoras son adecuadas cuando estamos en un modelo que funciona y presenta desajustes. Pero las medidas más estructurales lo son cuando hay que reformar elementos fundamentales de un sistema. Y las medidas son de cambio de dirección y de largo plazo cuando lo que queremos es reinventar un sistema sobre otros cimientos. Se ha dicho ya de todo, y la opinión es unánime de que el sistema requiere cambios estructurales. ¿Pero qué significa esto?
En primer lugar están los que creen que la solución está en volver a la senda del crecimiento a través de ajustes de variables económicas y de reformas laborales. Entienden que el sistema económico y productivo vigente tiene recorrido aún y lo que nos ha ocurrido es un tropezón de corrección costosa, pero que nos llevará a un desarrollo basado en activar el consumo y aumentar el PIB.
Un segundo grupo cada vez más numeroso de expertos sostiene que la ciencia económica no supo predecir el fenómeno que nos ocupa y esto pone en duda de que sea capaz de dar con la salida. Sobre todo con otra solución que no sea volver al punto de partida. Quizás esté agotado el marco con el que interpretamos la realidad, que es mucho más compleja que las dimensiones que maneja la economía.
Cuando los recursos económicos no alcanzan, ahora que el déficit asoma, apelamos a la participación ciudadana y a la toma de responsabilidad social de los problemas hasta el momento conectados con el estado del bienestar. Ahora decimos sociedad del bienestar, dando a entender el cambio de giro de la función de lo colectivo. El citado segundo grupo de expertos opta por introducir nuevas áreas de las ciencias humanas para reinterpretar el sistema actual, buscando otros modos de establecer prioridades sociales y una nueva gobernanza. Lo que llamaríamos una deconstrucción del sistema económico existente para llegar a otro nuevo o renovado.
Esto es más que unos cambios de parámetros y relaciones, pero hasta aquí por el momento no hemos llegado. Habrá que esperar por lo menos unos cinco años en esta situación de cambios continuados y a corto para que se consolide algo y para vernos en este estado intermedio. Encontraremos cambios como la reducción de la función pública, una mayor implicación ciudadana en los servicios públicos, una reforma de la representación de ciudadanos, ahorros más intensivos con menos riesgo en lo económico, refundación del sentido de la empresa como generadora de valor social y no sólo de beneficios empresariales, reinterpretación del sentido de las rentas del trabajo y capital, nuevas relaciones laborales, nuevas fiscalidades sobre el conocimiento, una reforma de la universidad y cambios en la productividad y eficacia a través de las tecnologías y la formación. Se trata de hacer una reingeniería o un rediseño de la economía sobre nuevos principios que se articulen alrededor de la generación de valor y no del consumo y el lucro como objetivos. El horizonte de esta transformación requiere cambios estructurales en la legislación, en los modelos de relación entre empresas, en las personas y en los gobiernos.
Pero esto no sería todavía un cambio de época. Este cambio que ya se ha empezado será muy lento y contiene los dos anteriores. En esencia, este cambio de época vendrá con la generación que ahora se va a ver educada en una sociedad no tan pudiente, más heterogénea, que construirá unos nuevos modos de vida donde la posesión y la abundancia no constituyan el valor por el que se mueva la sociedad. La educación de los más pequeños es ahora algo muy importante. Una sociedad del equilibrio entre el ser y el poseer, que centre en la calidad de vida su desarrollo.
El PIB dejará de ser un referente comparativo del progreso y la economía será abarcada por otras ciencias sociales que integren la calidad de vida, la sostenibilidad, la ética y el valor como activos a construir con un cuidado especial en el medio y largo plazo.
En resumen, esto significa salir de un modelo económico obsoleto y migrar a uno de calidad de vida. Hay que admitir que bajar el PIB puede querer decir aumento de calidad de vida, liberar recursos para la educación y la cultura, disponer de tiempo de calidad, servicios sociales extendidos con voluntariado, educación continua, innovación social. Hoy esto no es admisible ni visible -pura utopía- desde los parámetros económicos y sociales vigentes, ya que supone empezar de cero, lo que es imposible. Una sociedad cuya moneda será la calidad del tiempo y una economía del tiempo social.
Ya el siglo XX fue una explosión tecnológica que derribó las limitaciones productivas y llevó a un exceso de capacidad de producción, con el correspondiente impacto en el medio físico y el medio ambiente. Pero hasta finales del siglo el volumen de la población implicada en este fenómeno era bajo respecto a la totalidad del planeta. La incorporación de otros 1.500 millones de personas a este mercado mundial de la competitividad productiva transforma las variables y el propio sistema se inestabiliza. A esto hay que añadir un brusco envejecimiento de la población en los países más desarrollados y un avance tecnológico que no cesa. Son las telecomunicaciones, el transporte y la internacionalización ingredientes adicionales que reavivan las dimensiones del cambio.
Los países y colectivos más avanzados van acometiendo transformaciones orientadas a un futuro de la economía de la calidad de vida. Si lo hacemos desde ya, entenderemos que los cambios -vistos como penosos en el modelo vigente- pueden encerrar verdaderas ventajas sociales en el nuevo, si somos inteligentes y anticipamos el cambio desde la educación de la población y la reformulación de los valores sociales.
La clave del cambio no son las medidas de ajuste -que habrá que tomar- sino reiniciar una innovación social desde la educación permanente de la población y desde los más jóvenes. Lo que no merece la pena es seguir pensando que vamos a recuperar lo que éramos y, sobre todo, como pensábamos, porque en esto último está el origen de nuestros problemas. Lo que nos toca vivir no es sólo una época de cambios, es sobre todo un cambio de época.