UNA de las palabras más repetidas en los mensajes del tratamiento del desarrollo empresarial es la competitividad. Se pronuncia como palabra mágica capaz de lanzar al tejido industrial en el posicionamiento internacional. Cuando la oigo en los discursos políticos, al igual que la palabra innovación, sinceramente no sé a qué se refieren y además me produce la sensación de que ellos tampoco.
Si competitividad se refiere al concepto vertido por las asociaciones empresariales, y por la patronal alavesa SEA en particular, expertos en absorber dinero público, el principal énfasis lo sitúan en que pasa, de forma principal y casi exclusiva, por la congelación salarial y, desde la irrupción de la asfixiante crisis, por la rebaja de salarios de los trabajadores. No es fácil entender este remedio a la poca competitividad de las empresas, ni a qué reflexión seria y ética corresponde, ya que sin entrar en otras varias valoraciones técnicas, por poner un ejemplo comparativo, es evidente la diferencia de retribución laboral entre trabajadores de España y de Alemania o Inglaterra y, sin embargo, pese a un salario netamente superior en estos últimos, es patente la diferencia competitiva de sus empresas y sus productos en los mercados.
Otra de las soluciones recurrentes, es la del abaratamiento del despido. Es sumamente relativo que las indemnizaciones por despido afecten a la carencia de competitividad, sino que más bien la pérdida de puestos de trabajo puedan ser causa de la falta de competitividad y la dejación o desacierto en la proyección empresarial. La falta de implicación del personal laboral es otra faceta a la que desde muchas empresas se alude a la hora de justificar la baja productividad. En varias ocasiones he oído este lamento por parte de empresarios, refiriéndose a la carencia de motivación de los jóvenes en el mundo laboral, respecto a los trabajadores de 50 años en adelante. Y la explicación quizá se pueda obtener mediante la respuesta a la pregunta: ¿por qué cuando se aprecia un excedente de personal casi siempre sobran los mayores? Se puede pensar que dada la situación del mercado laboral, en muchos casos son más baratas las contrataciones de jóvenes que necesitan integrarse en el mercado laboral, que los derechos retributivos adquiridos de quien lleva trabajando treinta años en la empresa. Y en este caso, volvemos a la concepción de la competitividad por el ahorro en la nómina de la plantilla. ¿No sería interesante una revisión autocrítica del sistema organizativo de la empresa y analizar la posibilidad de mejora de la productividad con la participación de los propios trabajadores, quienes mejor conocen la mecánica?
Las empresas pueden estar dirigidas por empresarios o por dueños de empresa. El empresario posee un espíritu de compromiso social, sacrificio y asunción de riesgo medido, además de una formación en los objetivos, proyección estratégica de futuro sostenible y dirección en la gestión. El dueño de empresa se suele limitar a obtener beneficios, pasando a un segundo plano el proyecto de futuro y la función social de la empresa. Ahí tenemos un factor importante en el concepto de competitividad. No se trata sólo del bajo precio del producto para obtener beneficios rápidos, sino que la competitividad corresponde a la cadena del valor del producto que se ofrece al mercado y también de la empresa.
En Álava, el tejido empresarial tiene muchas pequeñas y muy pequeñas empresas, sin producto propio, dedicadas al sector de la subcontratación auxiliar; su producto es la venta de horas de producción y cuando el mercado se contrae, el margen de maniobra es mínimo y casi queda reducido a la espera de pedidos de empresas contratantes.
En el mercado global en el que nos vemos obligados a competir, las pequeñas empresas ven reducido el tamaño relativo de sus recursos respecto a la mayor amplitud progresiva del mercado, limitando la capacidad de afrontar nuevos retos. En este escenario es eficaz la adopción de estrategias en economía de escala por medio de acciones de cooperación interempresarial, conformando agrupaciones empresariales con objetivos comunes y que sumando sus recursos sean capaces de investigar y desarrollar de forma conjunta productos con valor añadido y con capacidad de intervención de primera línea en mercados diversificados.
La competitividad pasa por mirar sin complejos al exterior, con el fin de diversificar mercados y aprender a competir con las empresas de otros países, ya que además de ampliar el campo de acción, actuará como un revulsivo motivador en la dinámica interna de la empresa. Existe la opción del inmovilismo, pero los demás sí entran a competir en nuestro mercado.
Que nadie crea en milagros, porque tomar la decisión de salir hacia la implantación en otros mercados no es una tabla de salvación inmediata, sino de proyección en crecimiento a medio plazo. Pero cuanto más tarde se inicie, más tiempo se está perdiendo, y eso con lo que llueve. Estos difíciles momentos debieran de ser incentivadotes para revisar situaciones y tomar decisiones de dinamismo.
Otro apartado en la mejora de competitividad está relacionado con la organización logística global en la empresa, reconocida asignatura pendiente de una forma bastante generalizada. Me refiero al flujo logístico integral, desde las compras de los abastecimientos hasta el servicio de atención al cliente, pasando por la gestión de almacenes, la producción, las expediciones, los transportes y la distribución, dando la misma importancia a cada uno de estos eslabones de la cadena desde una visión de cadena integral en los análisis y objetivos de mejora. Los resultados, tanto en los costes económicos como en el resto de la cadena del valor, aportarán un importante aumento de la competitividad.
Si añadimos a estas reflexiones una revisión en la gestión de las personas -el mayor capital de las empresas- en cuanto a motivación, reconocimiento, adaptación de formación o trabajo en equipo, seguramente se darán primeros pasos hacia un posicionamiento competitivo muy superior a la simpleza de ahorrar en salarios, cuya estrategia tendente a la taiwanización empresarial tan sólo se dirigirá hacia a una regresión social y conflictiva.
A las instituciones públicas les corresponde la obligación de tomar iniciativas de promoción económica en su ámbito competencial, no solamente en forma de programas de subvenciones y discursos voluntariosos, sino aportando prácticas sencillas, directas, concretas y cercanas dirigidas a empresarios y empresas para la formación, impulso y motivación por la cultura competitiva, más allá de la contemplación en la estrategia de recorte de salarios.