NO sabemos lo que nos pasa por el cerebro cuando tratamos mal a otras personas, pero cuando tratamos mal a nuestros padres, a nuestros abuelos, estamos diciendo que despreciamos el origen, el santuario de la vida porque se encuentra en decadencia. Queremos vidas juveniles, atléticas, productivas, que no muestren dependencia, y? que nos dejen en paz.

Sesenta mil personas ancianas están siendo maltratadas en España. Parece que hay problemas a la hora de dar una cifra, por eso se trata de una aproximación, pero una aproximación a un pozo oscuro de la condición humana. En primer lugar salen a relucir los dineros. Esa pensión, aunque no sea grande, o esos ahorrillos de toda la vida dejan bizco al personal que hurga en las pertenencias de la persona mayor y, como es mayor, se toman decisiones sin tener en cuenta a la persona que lo ha generado. A continuación asoman las negligencias, pues como la abuela o el abuelo ya no tienen solución, bien por su enfermedad, o por la edad, pues se olvidan algunas medicaciones, o se dan a deshora. Y en ese contexto sospechoso de un cierto desamor, se desatiende la higiene, aunque eso no significa que delante de otras amistades se recrimine a algunas personas ancianas que descuidan su higiene y de esa forma es difícil la convivencia. Parece que también hay problemas con la alimentación equilibrada, total, como es una persona mayor, con cuatro yogures se puede alimentar, ¿para qué necesita más?, o no se le facilita la asistencia sanitaria porque es una lata eso de tener que ir tantas veces al médico, y además, hay demasiadas personas mayores esperando su turno en el ambulatorio. En fin, que es la punta del iceberg de esa ausencia de afecto, que cuando sale a la superficie puede llegar a convertirse en agresión física, o en dejar a la persona en un lugar, sin moverse, como un vegetal. Lo triste de todo ello es que se da tanto en los ámbitos de residencias en las que se supone que existe profesionalidad, y en el seno la familia, que es la fuente de referencia del cariño, pues no en vano estamos hablando de familiares muy directos que amenazan, insultan o vejan a quien ha significado todo para esa persona en momentos cruciales de su vida, y probablemente no hemos de hablar sólo de los tiempos de la primera infancia. Pero somos así, y además, el estrés, los problemas de cada cual, la tensión, la necesidad de que cada persona organice su vida? se mezcla en esa coctelera de desamor y explota sobre la cabeza y el corazón roto de quien ve la necesidad de hacerse invisible, lo cual no significa que no va a recibir ningún daño.

Aún no hemos llegado al extremo de crear la figura del defensor de la persona mayor. ¿Cómo alguien va a denunciar a los brotes de su vida porque lo tratan mal? Seguro que se trata de un nuevo desvarío. Y la autoestima ha de quedar en los suelos, la dignidad en un cubito de hielo, pero muy cerca del corazón de quien así actúa con sus ex seres queridos. ¿Cómo van a organizar su autodefensa? ¿Ante quién van a gritar su desamparo? ¿En qué cloacas de la conciencia ajena se van a depositar sus miserias? Ahora que tanto hablamos de redes de apoyo integral, o de programas, o de subvenciones, o de figuras protectoras, o de ministerios específicos, deberíamos plantearnos un poco más por qué lo hacemos. Y la pregunta no busca en este caso una respuesta de talonario. Es algo directo al centro de la conciencia. ¿Por qué lo hacemos?

La Red Internacional para la Prevención de Abusos a Ancianos apela a las administraciones y a los profesionales de la geriatría para que den los pasos oportunos y se haga visible este problema. Que no se quede ahí, escondido detrás del sacrosanto hogar familiar o el prestigio, o rentabilidad económica, de la residencia. Que salga a la luz, y no tanto de los medios de comunicación, -que también-, sino a la luz de la conciencia. Ha sucedido algo similar en una etapa de las últimas décadas en las que se mantenía la invisibilidad de la violencia de género, o incluso era admitida socialmente. Hay que dar un paso más y reconocer lo que pasa en las mazmorras de algunas viviendas. Porque, además, como sucede con la violencia de género, siempre hay alguien que conoce la situación, y hace la vista gorda, o la justifica? porque "algo habrá hecho". Y generalmente lo que ha hecho ha sido darnos la vida, sí, una vida marchita ya por el desprecio.