Ni el Ayuntamiento de Gaubea ni la Diputación de Araba han informado a los y las vecinas de Karanka sobre las intenciones de instalar un megaparque eólico en terrenos de nuestro municipio. Nadie nos ha dicho nada, nadie ha insinuado nada, y desde luego nadie nos ha preguntado nuestra opinión al respecto, ni nos ha explicado las afecciones que un parque industrial eólico de estas características tendrá sobre el único patrimonio que tiene este olvidado entorno alavés, a saber su riqueza natural, sus montes, su flora, su fauna, sus acuíferos, sus ríos, etc?
Es lo que suele ocurrir cuando se trata de imponer un proyecto. Por eso mientras me desayuno con la noticia no puedo menos que echarme a temblar. En este país donde lo habitual es decir amén a los proyectos de especuladores de todo tipo a base de ocultar información y negar a los y las vecinas afectadas su derecho a opinar al respecto, cuando te enteras por la prensa de que quieren hipotecar el futuro de tu pueblo a base de plantar a pocos metros de tu casa aerogeneradores de 150 metros de alto, no puedes menos que echarte a temblar.
Karanka no es nada ni tiene nada. Sólo sus montes, sus huertas, sus árboles, sus ríos, su fauna, el aire limpio, la tranquilidad, y un pequeño número de vecinos y vecinas que lo habitamos durante todo el año, incluso en los inviernos más duros. No somos nada. No somos nadie. Tal vez precisamente por eso una empresa ha puesto sus ojos sobre el único patrimonio de Karanka y ha decidido que como no somos nadie no merecemos seguir disfrutando de él, que para engordar sus bolsillos y hacer buenos sus dividendos tenemos que hipotecar nuestro futuro.
La energía eólica se ha convertido en el negocio de moda, y bajo la presión de grupos empresariales empeñados en sacar el máximo beneficio económico a base de construir macroparques eólicos vamos a quedar sepultados todos los pequeños núcleos rurales. Aquí el problema no es apostar o no por las energías renovables, el problema es si estamos dispuestos a sacrificar un patrimonio natural que corresponde no sólo a los y las vecinas de Karanka, sino a toda la sociedad, para que cuatro listos se forren.