El terrorismo de Estado no es otra cosa que el ataque a ciudadanos realizado por un país y consentido por un gobierno universal. Y eso es fundamentalmente lo que está ocurriendo en Israel. No existe una guerra en sí misma, existe un modelo de violencia defendida y utilizada por un Gobierno. Si durante los ocho años del mandato de George Bush se hubiera mantenido la línea Clinton en la crisis de Oriente Medio, se hubiera ido forjando un camino de no apoyo al régimen israelí. Pero la defensa de Jerusalén y la campaña de desprestigio hacia Gaza permitieron un mayor desinterés de la población estadounidense hacia los ataques a Palestina.

Ahora Obama ha intentado mantener una línea de mayor crítica, aunque falta de contundencia, y la respuesta de Israel ha sido la no negociación en la última visita de Jonh Biden al país. Además, en los últimos años los ataques de Israel se han encrudecido y las terribles respuestas de Hamás también, creando un clima de la violencia por la violencia que cada vez afecta menos a las conciencias occidentales.

La solución no es otra respuesta violenta, ni más sangre en un suelo u otro, sino acabar con el consentimiento de los ataques israelíes. Ninguna violencia puede ser respetada, por eso es necesario que otros Estados sean quienes paren el terrorismo de Estado.