Hablar de prostitución y defender a las prostitutas como personas independientes, autónomas y trabajadoras es difícil en una sociedad hipócrita, estigmatizadora y salvadora. En general en nuestra sociedad tendemos a identificar a las putas de varias formas: una de ellas es como delincuentes que infestan nuestras calles, rotondas y carreteras con cuerpos semidesnudos que son nido de enfermedades y que atraen con sus cantos de sirena a hombres predispuestos a pecar. Las personas rectas a las que les gusta la tranquilidad en sus calles, disfrutan con el control férreo de las autoridades policiales que nos salvaguardan y que evitan que nuestras ciudades se conviertan en Babilonias. Otros defensores de la moral estigmatizan a las profesionales del sexo como pervertidas, personas que disfrutan con la actividad sexual y en la que es la tentación la que les provoca realizar actos impuros; son las peligrosas contraventoras de la moralidad. Para estos salvadores de lo correcto, lo fundamental es que estas actividades no sean evidentes pero no discuten que existan, ya que es una prerrogativa de los hombres que esta actividad se mantenga.

Por último tenemos a los que señalan a las prostitutas como víctimas de una sociedad patriarcal y machista, bien por la maldad de proxeneta de turno, bien por su situación socio-económica o bien por sus traumas infantiles o de violencia. Para estas personas abolicionistas su preocupación es salvarlas de esta actividad que consideran denigrante quieran o no, ya que en su sabiduría ilustrada se creen mejores y más capaces que ellas para discernir entre lo bueno y lo malo, ya que las pobres no saben que es lo que más le conviene.

Si bien es cierto que la falta de recursos educativos y económicos empujan a ciertas mujeres a practicar la prostitución no se entiende que personas que defienden la propiedad que cada uno tenemos sobre nuestro cuerpo quieran imponer a otras su punto de vista.

Y mientras se discute si se debe legalizar o abolir el trabajo sexual algunos magos de la política, como es el caso del Ayuntamiento de Bilbo, nos brindan ordenanzas del espacio público, que poniendo la excusa de la presencia de trabajadoras sexuales en la calle crean una batería de medidas para defender una moral trasnochada en una ciudad que hasta hace bien poco abanderaba la vanguardia en este rincón del mundo.

Es nuestro deseo celebrar con ellas este 2 de junio y desear que de una vez se normalice su vida laboral y social. E instamos a las Administraciones Públicas a que realicen un cambio en su postura criminalizadora de dicho colectivo, comenzando el proceso de normalización de una forma valiente que elimine de una vez el caracter de exclusión en el que muchas de las trabajadoras del sexo trabajan, legislando al respecto no en contra de la actividad sino de los que mediante la fuerza o la amenaza utilizan a las mujeres.

* Aralar Araba