Definir cultura no es fácil. Es un término complejo y cambiante sujeto a diferentes interpretaciones. Podríamos definirlo como un conjunto de normas, costumbres, formas de vida y pautas de conducta de personas que forman un grupo, de una colectividad. Hoy en nuestra sociedad coexisten en un mismo espacio distintas culturas. Nada nuevo bajo el sol. Igual que en otras épocas y lugares. Algunos afirmarán que sí es novedoso el hecho de que convivan bajo una misma administración personas procedentes de no sé cuántas nacionalidades, muchas de ellas con culturas muy diferentes, y que semejante muestra nunca antes en la historia había sido tan rica ni tan variada. Otros quizá reducirán las diferencias resaltando los elementos comunes compartidos frente a las representaciones variadas de otros hechos culturales habida cuenta del innegable manto uniformador del mundo contemporáneo.
Lo que puede ser diferente hoy, y digo puede, es el resultante de la interacción de estas culturas en función de cómo se produzca este acercamiento de unos a otros condicionado por el terreno de juego donde se juegue la partida.
Podemos usar viejas recetas a través de un asimilacionismo más o menos duro, rígido. Esta postura se presenta como la supremacía de la cultura autóctona o mayoritaria, y que en la práctica puede derivar hacia la eliminación progresiva de las otras realidades culturales. Adeptos no les faltan, y muchos de los debates que estamos viendo en Europa son presa de estos planteamientos.
La afirmación identitaria europea, apelando a sus valores y principios a su tradición judeo cristiana y la manifiesta dificultad de plantearse la alteridad, hace dispararse no pocas fobias (xenofobia, islamofobia) y abren paso a una etapa de confrontación más agria. Alimenta una falsa visión teocéntrica con objeto de azuzar y avivar el fuego contra el otro. El otro, evidentemente se sustancia y simplifica en el musulmán barbudo fundamentalista/integrista en el caso de ellos, con hijab y/o burka en el caso de ellas. La contienda hoy por hoy se lleva al terreno de lo simbólico. Un pretendido choque de trenes que circulan a toda velocidad por vías identitarias.
Esa representación única de la colectividad árabe es preocupante. Utilizamos la parte para explicar el todo. De manera sesgada. De manera injustificada. El mundo árabe está lleno de matices. Soslayamos su origen geográfico, su diversidad ideología, cultural y religiosa. De todo hay como en botica, pero desgraciadamente los caracterizamos o estereotipamos siempre de una determinada manera. ¿Por qué?
Validamos un estereotipo que se retroalimenta en su contraparte. ¿Es realmente un choque de civilizaciones? ¿O podemos hablar de un choque entre visiones poblacionalmente minoritarias de carácter más o menos fundamentalistas, donde se anteponen las creencias a las libertades públicas contaminando un debate donde debieran entran en juego otras consideraciones? ¿Qué papel debe jugar nuestra arquitectura organizativa ante este embate?
La respuesta necesariamente debe pasar por fortalecer los lindes de esta última impidiendo la transgresión de sus cimientos más básicos: la democracia se sustenta en clave de libertad e igualdad. Desde estas premisas podemos hacer las cosas con otras lógicas y desde otras perspectivas. Desde aquí es posible tejer el encuentro, la interculturalidad. Ello implica interacción, intercambio, comunicación, reciprocidad y solidaridad entre las diversas culturas en contacto, interacción que debe mantener las señas de identidad de cada una, pero que debe enfatizar sobre los elementos comunes y no acentuar aquello que nos distingue. En palabras de Savater, "el único requisito que se impone en democracia a las diversas identidades que se dan en ella es que no interfieran radicalmente con las normas que permiten estar juntos o imposibiliten su funcionamiento igualitario". En ese camino nos vamos a encontrar, porque son muchos más los que ansían y piensan que es posible la convivencia frente a la miopía e intransigencia de los populismos e integrismos. La clave está en la democracia, en el Estado social europeo, en un modelo que todos debemos mimar y que no debemos dejar que unos y otros lo hagan trizas.
Europa es inclusiva, diversa, heterogénea y, seguramente, a pesar de sus manifiestas imperfecciones, la colectividad más numerosa y más justamente organizada que nunca antes ha existido. Profundicemos en esta apuesta democrática, cívica, secularizada, tolerante con la religión y garante de que los dogmas de corte religioso no se conviertan en preceptos de carácter social de carácter obligacional. La vieja Europa se ha construido históricamente desde la tragedia y el desencuentro. Salvaguardémosla de los que avivan los fuegos de la intolerancia o acabaremos quemándonos en ellos.