son muchas las personas que quieren saber un poco más sobre los efectos de la nube de cenizas que ha lanzado a la atmósfera el volcán islandés Eyjafjallajökull. Los medios de comunicación nos han ilustrado bien sobre el caos aéreo y las repercusiones en la economía (incluso sobre cómo pronunciar el nombre del volcán), pero hay otros efectos a considerar y como no son tantas las ocasiones en que una erupción volcánica despierta tanto interés, me parece un buen momento para explicar algunos conceptos científicos relacionados con este fenómeno. Empiezo por explicar qué significa que un volcán sea activo. Así denominan los geólogos a aquel que está en actividad eruptiva o la ha tenido durante la historia de la humanidad (aproximadamente los últimos 25.000 años). De acuerdo a esta definición hay en la Tierra alrededor de 1.500 volcanes activos, de los cuales unos pocos tienen actividad eruptiva cada año (unos 50). No hay que olvidarse de que hay volcanes que entran en erupción después de miles de años sin actividad, por lo que este número es orientativo. En todo caso, la mayoría de los volcanes permanecen en reposo y sólo ocasionalmente entran en actividad eruptiva.

Otra cuestión importante es el periodo de actividad de un volcán, que puede durar desde un intervalo inferior a 24 horas hasta varios años. Por ejemplo, el volcán guatemanteco de Pacaya permanece activo desde 1965, tras una fuerte erupción después de un siglo de inactividad, y la última erupción del Eyjafjallajökull duró más de un año. Además, desde una erupción hasta la siguiente pueden pasar periodos temporales más o menos largos, incluso siglos, un tiempo durante el cual el volcán sigue considerándose activo.

Como en la Meteorología y la Climatología, la predicción científica de las erupciones volcánicas ha avanzado significativamente en las últimas décadas, aunque en todos los casos la clave de un buen servicio de alertas es contar con un sistema de vigilancia del fenómeno. Cuando los volcanes pasan de una situación de reposo a otra de erupción, hay una serie de fases previas que pueden ser vigiladas. Entre ellas, un levantamiento de la superficie, la formación de grietas por las que salen humos y vapores, el aumento de actividad sísmica y el aumento de calor en la superficie. Aun así, hay casos que han mostrado que se pueden producir erupciones volcánicas sin que se hayan podido predecir ni observar algunas de las fases citadas.

Los efectos que podría generar una erupción se producen en su mayor parte en las inmediaciones del volcán. Así, son habituales efectos en la salud (irritaciones del aparato respiratorio, piel y ojos principalmente), inundaciones, incendios forestales o terremotos. Por esta razón, a menos que sean muy espectaculares, la repercusión mediática de las erupciones volcánicas suele ser principalmente local o circunscrita al área de afección. No ha sido este el caso del Eyjafjallajökull, dado que la nube de cenizas ha afectado al espacio aéreo internacional, teniendo gran relevancia económica y ocasionando verdaderos quebraderos de cabeza a las personas, las compañías aéreas y los gobiernos. Afortunadamente esta erupción no ha originado grandes desgracias personales, algo que sí ha ocurrido en otros casos.

Hay otras repercusiones a más largo plazo, como son los efectos en el clima relacionados con la emisión de gases a la atmósfera. Los primeros registros sobre los efectos climáticos de las erupciones volcánicas corresponden a la erupción del Etna, en Italia, en el año 44 antes de Cristo, que hacían referencia al oscurecimiento del sol. Otro dato interesante está asociado a la erupción del también islandés volcán Laki en 1783, que según recogen las crónicas del momento, produjo una bruma constante sobre toda Europa y parte de Norte América durante varios meses. Se puede entender rápidamente por qué se producen efectos climáticos como la niebla o un invierno más frío de lo habitual. Durante las erupciones volcánicas se emiten a la atmósfera los gases SO2 y CO2, los principales responsables de esta cuestión. El dióxido de azufre (SO2) se oxida a SO3 y da lugar al ácido sulfúrico (H2SO4), que produce un efecto amarilleante y de oscurecimiento del cielo. Además, este oscurecimiento funciona como una pantalla protectora y produce un enfriamiento de la superficie que hace que la troposfera (capa de la atmósfera que está en contacto con la superficie terrestre) tienda a enfriarse durante uno o dos años. Finalmente, el SO2 se va depositando progresivamente a través de lluvias más o menos ácidas que van eliminando este gas de la troposfera. Después del enfriamiento, en una segunda fase, si la erupción contiene también CO2, este gas puede permanecer en el aire durante mucho más tiempo, dando lugar a un efecto invernadero que produce un calentamiento de la superficie del planeta. Por otro lado, más arriba, en la estratosfera (capa situada entre los 20km y los 50km de altura), los aerosoles volcánicos facilitan la destrucción de las moléculas de ozono. Estos datos muestran cómo las erupciones volcánicas pueden tener un efecto a más largo plazo y a mayor escala en nuestras vidas a través de la alteración del clima. Poco o nada se puede hacer para evitar estos efectos. La naturaleza nos muestra, una vez más, que nuestra sociedad es frágil y está supeditada a variables en las que difícilmente la humanidad puede intervenir. Dicho esto, para nuestra tranquilidad, los científicos islandeses nos trasladan que la erupción del Eyjafjallajökull está siendo relativamente leve y que lo ocurrido hasta ahora no debería ocasionar una variación significativa de las condiciones climáticas del planeta. En todo caso, esta cuestión estará condicionada por la evolución de la actividad eruptiva del Eyjafjallajökull y de otros volcanes hermanos, algunos mayores y muy cercanos, como el Katla.