hoy se celebra en la sede del Parlamento Vasco el XXX aniversario de esa nuestra institución. Tuve el honor de presidirla entre 1998 y 2005. En espíritu, en mi sentimiento, estaré allí, porque siempre he creído en la pluralidad, el estado de derecho y la soberanía popular. Pero, precisamente, por el respeto que tengo a esos principios y la experiencia que viví como presidente de aquella institución, he preferido no acudir físicamente a la sede y así se lo hice saber a su presidenta.
Hubo un decenio negro durante el que medios y partidos en comandita aprovecharon la existencia de ETA y sus crímenes, injustificables, incomprensibles, para crear, defender y practicar una tesis tan fascista como falsa: "ETA mata supuestamente en nombre del nacionalismo vasco, luego el nacionalismo es perverso y criminal. Acabar con ETA requiere acabar con el nacionalismo vasco". De esa época data la abolición de la presunción de inocencia y la inmisericorde utilización de la mentira y la manipulación para convertir en enemigo al adversario político y conseguir su estigmatización y anulación, no ya como objeto institucional, sino como persona. A mis compañeros Kontxi Bilbao y Gorka Knörr y a mí nos tocó sufrir uno de los efectos de aquel vendaval. El Tribunal Supremo del Reino de España pretendió, contra toda la doctrina jurídica conocida hasta entonces, intervenir en la organización del Parlamento y vulnerar la separación de poderes. Los autores de aquella insólita sucesión de autos pretendieron, nada menos, que obligar al Parlamento a legislar en un sentido determinado y juzgaron y acabaron condenando a quienes votamos no a semejante desatino. Sí, fuimos denunciados por un sindicato ultraderechista autodenominado de trabajadores, Manos Limpias, al que algunos consideraban legitimado para tal derecho y hoy los mismos defienden lo contrario.
Tuvimos compañeros parlamentarios que buscaron insistentemente nuestra condena y a pesar de ello fuimos absueltos en dos ocasiones por el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. Después vendría el castigo y éste, para más inri, lo impuso la misma instancia judicial que, siguiendo las órdenes del gobierno de turno, dijo sentirse "desobedecida", el Tribunal Supremo. Las víctimas de esta ignominia supimos de la condena viendo un telediario porque el tribunal apenas tardó una hora en comunicar un fallo que evidentemente tenía escrito de antemano y no tuvo la delicadeza de comunicárnoslo primero a los afectados.
Eso fue duro. Pero lo más triste fue la sucesión calculada de mentiras y calumnias que las personas que sosteníamos esta posición tuvimos que aguantar y los silencios de los que sabían que se estaba cometiendo una tropelía y decidieron no comprometerse, porque hacía demasiado viento. Responsables de partidos y de medios de comunicación, portavoces parlamentarios, miembros del Gobierno español y de su oposición, parlamentarios vascos, miembros del actual Gobierno Vasco y una larga lista de personas nos acusaron, directamente, de "colaborar con ETA", de "no quitar a ETA la voz de que disponía en el Parlamento Vasco" y hasta de financiar sus actividades porque la institución que presidí satisfacía los emolumentos que por ley correspondía percibir a quienes ostentaban escaño de representación popular.
Los que decían estas barbaridades sabían perfectamente que mentían y que sus mentiras atacaban la dignidad, integridad y seguridad de personas que jamás habían tenido otra relación con ETA que la de estar en su punto de mira. Debo confesar que jamás me dolieron las calumnias de los que, entre otras cosas, trataron de segar mi vida el día de la boda de uno de mis hijos, intentando colocar una maleta explosiva bajo mi coche, pero tampoco nunca esperaba escucharlas de boca de quienes pensé que en esta cuestión estaban en mi misma orilla y resultaron ser simples comparsas del pensamiento único. Debo confesar que saber que unos quieren matarte y soportar que otros te acusen de actuar en connivencia con tus potenciales asesinos resultó muy doloroso.
Hay cosas que no pueden hacerse en la vida real y que tampoco valen en política. A mí no me apetece reírles las gracias a este tipo de personas. Por eso yo, en este día de celebración, estaré en mi parlamento, en espíritu, en sentimiento, estaré en la institución en la que no caben esas bajezas. Estaré en la institución a la que respeto y quiero con todas mis fuerzas. Porque apuesto por la verdad, por los valores que nunca debieron abandonarlo.