UNO de los elementos más positivos de esta crisis en la que seguimos inmersos es el regreso al primer plano del coche eléctrico. Porque el coche eléctrico no es, ni mucho menos, algo nuevo ya que una de las primeras tecnologías de propulsión usadas en lo que hoy denominamos coche fue el motor eléctrico. Hay constancia de un coche eléctrico en 1832 mientras que el primero de combustión interna no se patentó hasta 1885. Pero poco importa quién llegó primero, la capacidad de producción y consiguiente abaratamiento de los vehículos, unidos a la abundancia del petróleo hizo que el triunfo de los motores de combustión interna fuese total hasta el punto que los Baker, Edison y Studebaker, vehículos eléctricos, quedaron relegados por los Benz, Ford y Cadillac por algo tan banal como que un coche eléctrico se vendía por encima de los 2.000 dólares mientras que su equivalente en gasolina salía por poco más de 200.

Tras más de cincuenta años de letargo, el coche eléctrico comenzó a despertar tras la primera crisis del petróleo de 1973 en distintas ocasiones aunque nunca con la intensidad como lo está haciendo ahora. Parece que esta vez ha vuelto para quedarse. La coyuntura es la óptima al combinarse la escasez y carestía del petróleo con la inquietud social en aras del respeto al medioambiente materializada en la lucha contra el cambio climático.

Nuestra rica sociedad ha demonizado las emisiones de CO2 y ahora todos los esfuerzos son bienvenidos. Los fabricantes, necesitados de soporte público, se han dado cuenta de que es mucho más sencillo pedir subvenciones para proyectos eléctricos que para cualquier otra iniciativa por lo que han priorizado iniciativas que ya existían pero que, ni de lejos, eran prioritarias.

Normalmente, los avances en el sector del automóvil son impulsados por los fabricantes y luego se presentan a la sociedad como algo imprescindible. Los conductores vivíamos muy felices sin airbag, ABS o EPS, pero un buen día nos enseñaron que sin ellos no podíamos seguir conduciendo y les creímos. Sin embargo, con el coche eléctrico ocurre al revés. Es la sociedad, y al frente de la misma sus políticos, quienes demandan coches menos contaminantes y el vehículo de cero emisiones por excelencia es el coche eléctrico.

Siendo un avance interesante hay que mantener cierta distancia respecto al coche eléctrico ya que no es, ni mucho menos, la panacea. No es una tecnología madura y, probablemente, será superada por otras tecnologías en las que se está trabajando desde hace años, como la pila de combustible alimentada por hidrógeno.

Existe un claro riesgo de provocar el desencanto en el usuario por haberlo ponderado en exceso. Pero el impulso social y político que está teniendo el desarrollo del coche eléctrico no cabe duda de que está cambiando el discurso tecnológico del sector. Los fabricantes comienzan a creerse la necesidad de impulsar esta tecnología y ya la práctica totalidad de marcas tienen fechas de lanzamiento de sus vehículos eléctricos, algo impensable hace tan sólo tres años.

Hemos de ser conscientes de que los consumidores tenemos en ocasiones un discurso colectivo diferente a nuestro ejercicio privado. Nadie duda de las ventajas no contaminantes de un coche eléctrico, pero hay que ser ecomilitante convencido para adquirir un vehículo con autonomía limitada, que requiere de un cambio de hábitos y que, además, es más caro. Por eso los estímulos a la compra y al uso son imprescindibles. Habrá que ver, no obstante, si las ayudas a la compra, las reducciones cuando no exenciones de impuestos y las facilidades al uso son suficientes para popularizar un producto que, de momento, requiere un claro esfuerzo del consumidor. Lo que sí es seguro es que pronto comenzaremos a ver flotas de empresas ya que estas cumplirán así con su cuota de sostenibilidad.

Este es un cambio global que, inicialmente, deberían liderar los fabricantes de automóviles. Pero la distancia entre expectativa social y realidad tecnológica es tan grande que el cambio lo están impulsando los fabricantes de baterías, la gran mayoría japoneses y chinos, así como nuevas empresas centradas en la explotación de nuevos modelos de negocio.

En este escenario desde cualquier esquina del mundo se puede innovar, algo en producto y mucho en modelos de uso y en tecnología auxiliar. Porque para que esta tecnología tenga éxito todo debe encajar, no puede ser un verso suelto.

Las emisiones de CO2 deben verse en su totalidad, por eso la apuesta por las energías renovables en nuestro país hace que nuestro sistema eléctrico sea de los más apropiados para utilizar el coche eléctrico. Incluso si su implantación es masiva podrá usarse como regulador de consumo, algo muy conveniente pues no está en nuestras manos controlar el viento que mueve los aerogeneradores, cada vez más relevantes en la base de generación eléctrica.

Por tanto no hablamos, ni mucho menos, solo de coches. Tiene que desarrollarse la infraestructura, el acompañamiento normativo, elementos auxiliares y, en general, todo lo que rodee al uso del coche eléctrico. Por ello existen varios proyectos estatales, autonómicos y locales tratando de encontrar el mejor camino. Compañías eléctricas, de sistemas de información, de renting, constructoras, gestores de infraestructuras, incluso nuevos actores han iniciado una carrera por llegar el primero y quedarse con una parte de un pastel que cada día pintamos mayor. Probablemente el negocio real sea menor de lo que desean algunos y, seguro, no será rentable para todo el que está invirtiendo en esta carrera. Además, parte del dinero público será gasto y no inversión. Pero siempre es más rentable equivocarse en inversiones tecnológicas que en adecuación de rotondas y jardines. Y ojalá alguna empresa de nuestro entorno tal vez logre aprovechar el actual viento favorable para desarrollarse.

En resumen, sin caer en entusiasmos infundados, asumiendo que estamos frente a una tecnología inmadura y que como tal no sabemos hacia dónde evolucionará y que, seguro, nos defraudará en algo, poniendo el cambio en su contexto, la crisis del sector de la automoción ha puesto en el primer plano del debate tecnológico una tecnología aparcada hace años por el tremendo desarrollo del motor de combustión interna. Y nuestras empresas y administraciones han aceptado el reto de la innovación. Parece que por fin nos olvidamos del "que inventen otros". Ojalá encontrásemos más excusas para innovar en algo con una alta probabilidad de convertirse en negocio.