después de toda una vida asimilando e interiorizando que lo peor que nos podía pasar era que la vida se encareciera, resulta que las tornas han cambiado y que es fundamental para la buena marcha de la economía que los precios suban. Cuanto más mejor. ¿O no? Ya veremos. Cuando nos hemos pasado años y años identificando a la inflación como el peor de los demonios, llegó la crisis y vimos que aún había un monstruo peor: la deflación. Y entonces comenzamos a sentirnos un poco timados por los próceres de la cosa económica. Normal, porque cambian de discurso según lo que ocurre y según les conviene. Viven una década de escribir libros e impartir conferencias sobre qué es la economía y cómo se maneja -les oyes a algunos y da la impresión de que el que no es rico es porque no quiere o porque es más tonto que un zapato- y luego, cuando todos los cálculos fallan y nos sumimos en una galopante crisis sin comerlo ni beberlo, elaboran nuevas teorías que echan por tierra las anteriores, aunque no a ellos mismos, claro, que hay que seguir viviendo del tecnicismo para publicar nuevos libros y seguir de conferencia en conferencia. Los políticos y entendidos de la economía se felicitaban porque el IPC iba subiendo... hasta que ha llegado marzo y su 0,7% de aumento (1,4% en lo que va de año). Y entonces empiezan a asustarse y los del Gobierno dicen que todavía estamos por debajo de la media europea y los de la oposición insisten en que la economía se les va de las manos y que el dato es muy preocupante. ¿Ni idea, verdad? Pues eso, a pagar.
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