CUANDO llegué a Chile a principios del mes de marzo, a los pocos días de acontecido el terrible terremoto, encontré un país de características similares al nuestro donde menos te imaginas que llegas a ayudar. Pero la magnitud de la catástrofe superaba a la Cruz Roja chilena.
Recién llegados, la primera sorpresa: todo el mundo nos recibe con los brazos abiertos, nos hacen pasar sin esperar las largas colas de inmigración, y llegan al punto de aplaudirnos a la salida del dañado aeropuerto. Fue realmente emotivo para todo el equipo y una gran inyección de moral. Además de un primer síntoma de que no iba a ser fácil nuestro trabajo. Se notaba la desesperación en las personas.
La segunda sorpresa es la manera en que se convocan voluntarios a través de las redes sociales. Otro indicador de lo avanzado del país, que donde no ha sido tocado por el terremoto, funciona normalmente.
La tercera es que la gente actuó como nosotros hubiéramos hecho, es decir, acudir a su familia, o ir a su segunda residencia, y llamar al seguro para ver si tienen cubierto el desastre. Además de iniciar las acciones legales para ver responsabilidades, sobre todo en edificios de nueva construcción.
Todas estas cosas hacen que inevitablemente traslades el desastre a nuestro entorno, y pienses qué es lo que ocurriría en nuestra tierra si sucediera algo parecido. Son gente como nosotros que de repente ha perdido todo, y por eso la desesperación es mayor de otros lugares a los que estoy acostumbrado, donde el nivel de resignación es mucho mayor. Y lo aceptan de otra manera.
Cuando llegas a una catástrofe, la queja principal es que no llega la ayuda. Pero, ¿cómo puedes llegar a un sitio y que todos reciban lo mismo y a la vez? Es imposible. Es preferible llegar un poco más tarde, pero de manera planificada.
Chile es un país de casi 5.000 kilómetros de costa, al que le afectó un gran tsunami, con lo que te encuentras una emergencia a lo largo de cientos de kilómetros. El terremoto fue fuerte, pero las construcciones del país están bastante preparadas para ello, con lo que el número de muertos no fue muy elevado en comparación a otros. Sin embargo, parece que no se tienen en cuenta las personas que quedan sin hogar y las personas que tienen miedo a volver a sus casas. Hay muchísimas personas que se han quedado sin recursos y viviendo a la intemperie. De repente, muchas personas de renta media han perdido el trabajo porque ha colapsado y han pasado a formar parte de ésos sin techo, con la diferencia de que no tenían costumbre ni saben cómo afrontarlo. Y la temporada de lluvias está por llegar.
Pero, entre esos sentimientos encontrados y las sorpresas, sigo intentando hacer mi trabajo lo mejor que sé, y con el convencimiento de que nuestro trabajo sí vale para algo, ayudando en la medida de nuestras posibilidades. Y confiando en que no se olviden de los países en situación de emergencia, a pesar de que ya no se hable de ellos en prensa, porque ha de pasar mucho tiempo para que los mismos vuelvan a la normalidad.
Antonio Carabante
Delegado internacional de Cruz Roja Española desplazado a Chile