Tiempo de grandes cambios, sí señor. Las viejas creencias se van al garete, las innovaciones no cesan y exigen una rápida adaptación para poder sobrevivir. Si a alguno de ustedes le ha supuesto grandes cábalas y horas de sueño entender que el jamón es maravilloso, que el aceite de oliva resulta imprescindible, que beber ya no es bonito, que fumar es imperdonable, que las ondas de telefonía están cargadas de bondad y otra serie de lindezas de vital importancia, vaya atándose los machos porque lo que está claro es que los tiempos de desaceleración, que no de crisis, implican nuevos campos de trabajo con mayor profundidad.
En esa continua labor de búsqueda de soluciones, en ese empeño de mantener y mejorar la sociedad del bienestar, ahora toca examinar la edad de jubilación, inexcusable y prioritariamente. Porque si hace no tanto tiempo carecíamos de mano de obra que cotizara y tuvimos que buscarla allende las fronteras, ahora se aprecia con nitidez que a unos les sobra mano de obra y a otros les parece escasa la cotización.
Para satisfacción general, también se está trabajando con ahínco en otros terrenos como el control del gasto público. Ya saben ustedes, el gasto en cultura, la inversión en universidades, el ajuste de salarios vitalicios y una serie de nimiedades que en conjunto suponen un momio.
Hay que ser razonables y entender que no todas las previsiones, si alguna vez las hubo, salen como se habían previsto, que Murphy era muy sabio y, permítanme utilizar palabras de otros más doctos, todo esto obliga a tomar decisiones no deseadas y emprender caminos difíciles.
La ciencia está plagada de principios básicos, como el de acción-reacción o el de la proporcionalidad entre delito y castigo, que ya no resultan útiles y se han quedado obsoletos. Pero también se alimenta de nuevos teoremas. Hay uno que se afianza a pasos agigantados y que dice así: La sociedad es un campo de investigación para el desarrollo de sí misma en el que todo son variables aleatorias, menos las cobayas. Con estas premisas, ni que decir tiene que no resulta pertinente hablar de exigir responsabilidades. Si los resultados no están siendo satisfactorios, es la mala suerte la que se ceba por puro azar.