65años después, una Europa arrepentida sigue honrando la memoria de los judíos exterminados, mientras el antisemitismo se ha convertido en un arma arrojadiza entre la derecha y la izquierda de nuestro continente, pasando de puntillas, eso sí, sobre las cuestiones verdaderamente importantes acerca de esta cuestión.
Los seis millones de individuos brutalmente suprimidos y el éxodo de buena parte de los supervivientes en pos de la fundación del Estado de Israel nos dejan en un paisaje realmente cómodo para proclamarnos como una sociedad libre del odio racial a los judíos, aunque eso sí, a la hora de devolver el patrimonio confiscado durante su persecución, ya sea en forma de inmuebles o de valiosas obras de arte, la impresión resultante es más que dudosa.
En estos momentos convivimos con otra minoría a la que identificamos también con su praxis religiosa, los musulmanes, cuya imagen viene condicionada por la naturaleza geoestratégica de sus países de origen y los conflictos multinacionales de los que son triste escenario. Aunque no forman un grupo étnicamente homogéneo, sus usos y costumbres los hacen netamente diferentes poniendo a prueba nuestro nivel de tolerancia, pero después de acontecimientos como la revuelta racial que a finales de 2004 enfrentó a holandeses y magrebíes, parece que el juego de la convivencia es más difícil de lo que habíamos imaginado.
¿Fueron este tipo de tensiones las que incubaron el posterior Holocausto? Nuestra actual islamofobia comparte algunas características con aquel rancio antisemitismo, fundado en la idea de una conspiración subterránea urdida por aquellos extraños que viven entre nosotros, planeando sin descanso nuestro fin entre reuniones secretas y rezos incomprensibles.
El juego continúa siendo el mismo, sólo hemos cambiado de protagonista. Precisamente por ello que los antiguos difusores del judío errante y del peligro amarillo sienten un expiatorio aprecio por Israel, por el de las bombas y los tanques claro, no por el de la crítica y la convivencia entre pueblos. En el otro extremo quedan los restos de la pasada centuria, por un lado la violencia racista que ha crecido y, por otro, la crítica radicalizada que no distingue entre gobernantes y pueblo de Israel.
La naturaleza del antisemitismo no reside en el simple desprecio por una raza concreta, sino en la fabricación de una burda red de mentiras que logre concentrar la ira cotidiana en un objetivo o colectivo cualquiera. ¿Estamos libres de algo así?
Jaime Aznar Auzmendi
Militante socialista