Lejos del optimismo oficial sobre la salida de la recesión y el final de la crisis, la consecuencia más dramática de cualquier situación de crisis económica, el desempleo, galopa desbocado, sin ningún control y rompiendo a su paso todos los registros, negativos por supuesto, a su alcance y evidenciando, por si había algún asomo de duda, la situación de drama que están padeciendo millones de personas a lo largo y ancho de todo el Estado. La cifra de paro registrado dada a conocer ayer es demoledora. 4.048.493 trabajadores inscritos en la oficinas del INEM a 31 de enero de 2010, rompiendo la barrera psicológica de los 4 millones de parados y, lo que es más grave, con la impresión de que el Gobierno de Rodríguez Zapatero es incapaz de articular ninguna medida efectiva para poner freno a la sangría que está situando a España a la cola de todos los indicadores económicos de la Unión Europea. Los datos también han sido especialmente duros en Álava en donde también se ha superado la barrera psicológica de los 20.000 parados, concretamente 20.593, mientras que en la CAV los parados se elevaban a finales de enero a los 135.687, unas cifras que nos retrotraen a épocas que ya pensábamos que habían quedado superadas. Y por si no fuera poco el goteo incesante de ciudadanos haciendo cola en las oficinas de empleo, un mes más las afiliaciones a la Seguridad Social volvieron a caer, claro termómetro de que además de la destrucción, no se está creando empleo prácticamente en ningún sector. Unos datos que han servido a las diferentes patronales para arrimar el ascua a su sardina y reclamar una reforma del mercado laboral que, como todas, acabará repercutiendo en las ya de por sí precarias condiciones laborales de los trabajadores. Y en medio de todo el actual debate sobre la edad de jubilación, queda meridianamente claro que las desorbitantes cifras de desempleo en el Estado no son fruto sólo de la crisis económica ni, mucho menos, de la casualidad, sino que tienen bastante que ver con unos cimientos económicos históricos basados en economías ficticias, coyunturales y bastante poco productivas. Con contadas excepciones, en donde se encuentra, con matizaciones, la CAV, ha sido una economía más basada en la cultura del pelotazo y el ladrilllo que en la economía real, y así lo estamos pagando.