Pocos debates habrá más proclives al trazo grueso, a los argumentos viscerales de hondas convicciones religiosas o ideológicas e incluso a la demagogia como el del aborto. El fondo del debate es ciertamente muy espinoso y resulta asombroso el desparpajo con el que se zanja, ya sea entre determinadas posiciones feministas radicales o desde dogmas católicos integristas.

Y, sin embargo, creo con independencia de posturas extremas o de cuestiones morales, el Gobierno está en la obligación de dar una respuesta legal a una realidad social que muchas veces no es la que nos gustaría encontrar, pero es a la que tenemos que hacer frente. Y es la que viven miles de mujeres inseguras y dubitativas.