los sabios visionarios que miran al cielo acostumbran a ver reflejados en las estrellas o en las nubes sus grandes sueños. Y sucede que, como esos niños que juegan tumbados en una campa, cada uno busca y descubre en la forma de las nubes que pasan semejanzas de las imágenes más curiosas o, sencillamente, de lo que quiere ver. Y aun cuando sea la misma nube, cada uno alucina libremente a su manera. Vitoria se ha consagrado a tres sabios que han convertido al auditorio en su particular nube, sobre la que cada uno ha proyectado su propia película. Yasuhisa Toyota, ese japonés experto en sonido y de lujosos honorarios, empeñado en descubrirnos una Vitoria melómana, ha vislumbrado en la nube una caja de excelencia acústica. A José Ramón Villar, en cambio, no le preocupa tanto la lírica musical como la caja en otro sentido -en el contante y sonante- y ve un centro de negocios y congresos al más puro estilo neoyorkino. Y Mariano Bayón escudriña en ella el brillo de un icono arquitectónico y anda presumiendo por Madrid con su maqueta bajo el brazo como promesa de su primer edificio estrella. Los tres han posado juntos esta semana proyectando sus propios sueños en la nube gasteiztarra, aun viendo mundos diferentes. Quizás ese continente vacío, que se puede imaginar en el aire porque aún carece de contenido, se asemeje también a una de esas cajas metafísicas en las que Jorge Oteiza plasmaba la desocupación del espacio, aunque la ya larga historia del auditorio habla más de nubes en el cielo que del arraigado hierro oteiziano.