ELIZABETH es haltera. La mujer estaba entrenando y empezó a sentirse mal. La cosa se solucionó cuando dio a luz a un bebé prematuro que apenas pesó 1.150 gramos. Vamos a obviar lo dramático de la situación y que la criatura -nacida en esas condiciones y tras apenas seis meses de gestación- está en estado crítico. Quedémonos con la anécdota que, así, a pelo, tiene su aquél. Elizabeth tiene 21 años y está en pleno proceso de cambio de categoría con el correspondiente necesario aumento de peso, así que entre eso y que la alta competición puede tener sus efectos en los ciclos menstruales, la mujer al parecer no sabía que estaba embarazada. Al menos a la joven le dio tiempo a abandonar el entrenamiento; imagínense el cuadro: alzada en tres tiempos, hop, hop, ¡ha sido niño! Buf. Este caso me recuerda a una de las mejores anécdotas que me han contado -Oihana, nunca te podré agradecer el rato de risa que me regalaste-, sucedido verídico, se lo garantizo. Algo así: Urgencias de un hospital de una ciudad x no muy lejana a Vitoria. Señora que llega descompuesta y conversa con el médico -que no, no es House-. "A mí el brujo de Villarriba de los Monteros -por poner, que no era, pero no vamos a meternos en jardines que no tocan- me ha dicho que retengo líquidos". "Señora, que yo creo que va a ser que no". "Que a mí el brujo me ha dicho que retengo líquidos". "Que parece que está embarazada". Que sí, que no... "Señora, si quiere le llama Fontvella, pero va a tener un niño". Cosas que pasan.