PARA cualquier lector puede parecer lógico que el Gobierno presente al Parlamento un calendario legislativo, que es básicamente una planificación de las leyes que se piensan aprobar en cuatro años, incluyendo una aproximación de la fecha en la que éstos se piensan remitir al Parlamento y un impacto económico financiero. Lógico puede ser, pero no ha sido lo habitual. Al menos no lo ha sido en las dos últimas legislaturas, en las que no hemos contado con esta herramienta básica de planificación.

Pues bien, en estos días ha llegado a la Cámara el calendario legislativo, un documento exhaustivo que adelanta las características de los 48 proyectos de ley que el gobierno del lehendakari López quiere aprobar en un horizonte de cuatro años. ¡Ahí es nada! Para que sirva como elemento de comparación, el Gobierno anterior prometió 21 proyectos de ley, por supuesto sin descripción de objetivos u ordenación temporal de los mismos.

Sin embargo, hoy desde la oposición parlamentaria (que más que oposición, lo que intenta es hacer obstrucción), se acusa al lehendakari de liderar el primer Gobierno Vasco sin un programa de gobierno. Pues bien, ante tal acusación, hay que afirmar dos cosas. La primera es que se ha explicado en la Cámara vasca que las líneas políticas de la actuación del nuevo Gobierno Vasco devienen del programa electoral del PSE-EE, del acuerdo de bases suscrito con el PP del País Vasco y de la explicación de los planes de cada departamento que los consejeros y consejeras han llevado a cabo al inicio de la legislatura en sede parlamentaria.

Pero la segunda afirmación es que un programa legislativo, de por sí, supone una mayor planificación que un programa de gobierno. Un programa de gobierno puede contener compromisos tan etéreos como el siguiente: "trataremos de materializar el derecho a decidir". De este tipo se pueden encontrar muchos compromisos en el programa del anterior Gobierno. Sin embargo, el calendario legislativo contiene, como decía, qué leyes se van a remitir al Parlamento, los objetivos de las mismas, cuándo se piensan remitir y la previsión del impacto económico-financiero que tendrán. Por mucho que haya quienes piensen que a fuerza de repetir una mentira ésta acaba por convertirse en verdad, lo cierto es que el calendario legislativo es mucho más que un programa de gobierno.

En resumen, dos son los grandes objetivos que se pretenden cumplir con la aprobación de este calendario: mayor transparencia y mejor democracia. Mayor transparencia, porque como ya he dicho, el Gobierno necesita tener esa planificación y los representantes políticos, los colectivos o la ciudadanía interesada necesita conocerla. Y mejor democracia, porque creemos necesario que la oposición pueda ejercer un mayor control sobre la acción del gobierno. Para fortalecer el sistema democrático que tenemos, tan importante es tener un Gobierno que gobierne, como una oposición que pueda controlar la gestión de ese Gobierno.

Considero que la remisión de esta herramienta de planificación al Parlamento supone además un ejercicio de coherencia, puesto que quien hoy lo presenta lo reclamaba insistentemente desde la oposición. Y esa es una virtud balsámica para la política en los tiempos que corren: prometer lo que se va a hacer y hacer lo que se promete.

el nombramiento del obispo Munilla para la Diócesis de San Sebastián ha dado paso a numerosas opiniones, no todas objetivas, dado el desconocimiento de la materia. Desde mi condición de creyente creo tener derecho a aportar elementos de juicio que ayuden a entender algo tan simple y complicado -según se mire- como la Iglesia de los cristianos. Un sucedido de hace unos 60 años en la antigua prisión de la calle la Paz de Gasteiz sirve para el caso: la víspera del 8 de diciembre, fiesta de la Purísima Concepción, el capellán de la cárcel lanzó una pretendida homilía cuyo final fue brutal: "Y al grito de la Virgen, los Tercios de Flandes pasaron a cuchillo a todos los habitantes de Ostende". Ahí queda eso.

Ramón Aspiazu, arquitecto gasteiztarra, desde su probada adhesión a la Fe se dirigió al capellán: "¿lo suyo ha sido una homilía o un mitin político? porque a pesar de todo mañana pensamos comulgar". Los cristianos somos seguidores de Cristo, no del obispo o Papa de turno, y ese Jesús Nazareno fue quien fundó la Iglesia, nacida del amor de Dios y considerada necesaria por el propio Padre Eterno. Integrada por elemento divino y humano, su primer representante fue el apóstol Pedro, que fiel a la figura de Cristo murió martirizado en Roma, siendo seguido por los siglos por un innumerable reguero de cristianos, que obedecieron a Dios antes que a los hombres. Por supuesto, que no todos los creyentes somos capaces de actuar en el mismo sentido; somos humanos y por tanto débiles, aun cuando rápidamente acudamos en solicitud de ayuda al Cristo Salvífico y en la seguridad de ser escuchados y perdonados. Sin embargo, no podemos admitir los continuos ataques a nuestras flaquezas, en tanto se ocultan las magníficas actuaciones que a lo largo de la historia y del mundo llevan a cabo nuestra militancia. En la tremenda crisis que nos agobia a todos, ¿quiénes destacan en acudir rápidamente en ayuda de los necesitados?, ¿cuándo se cita a Cáritas, Manos Unidas, Adecco, Anesvad, etc.? Ajenos a la paralizante burocracia política, en la que priman más los intereses particulares, reaccionan con prontitud y eficacia y cuando las cosas se agravan a extremos intolerables son los últimos en abandonar el barco o morir en el intento. A pesar de todo, los medios de comunicación se llenan de opinadores cuya condición de agnósticos o ateos encabezan sus artículos, mezclando churras con merinas en un totum revolutum de ignorancia y mala fe, enfrentando a la sociedad gratuitamente. Las opiniones vertidas por la llegada del obispo a Gipuzkoa presentan paradojas increíbles, atacando o apoyando a Munilla no en función de su misión sino en la de sus propias opiniones personales o partidistas.

Dichas actitudes nos causan a los creyentes más dolor que rechazo, por aquello de que siempre hemos de dirigirnos a Dios para que no pase cuentas a los ignorantes, que no saben lo que hacen o dicen.

Ahora bien, dada nuestra dualidad de creyentes, y al mismo tiempo sujetos de derecho como ciudadanos, no admitimos que se nos obligue a callar en público y se nos conmine a resolver nuestros asuntos en la sacristía; y menos, cuando obrando así tampoco se admiten nuestras opiniones.

Fiel a mis planteamientos he insistido una y mil veces por la recuperación de la Memoria Histórica, pero con la misma objetividad, y sin que me duelan prendas, he abogado también por un debate en profundidad dentro de nuestra Iglesia vasca. Muchos de los problemas heredados parten de la dubitativa actuación de algunos miembros, incluidos sacerdotes, que no supieron estar a la altura de las circunstancias.