Argumentaba estos días el PSE-EE, en respuesta a la anunciada presencia del lehendakari, Patxi López, en los actos conmemorativos de la Constitución, que no se trata sino de un mero ejercicio de "normalidad democrática". Ayer, ninguno de los presidentes autonómicos con carné del PP ejercieron esa "normalidad democrática", en una celebración sobre la que planeó precisamente la "excepcionalidad" con la que los socialistas vascos querían acabar. Más allá de la conveniencia o no de que el lehendakari asistiera al evento, más allá de si el lehendakari representa o no con esa decisión el sentir mayoritario de la sociedad vasca, debates ambos controvertidos y sobre los que un acuerdo mínimo es, a día de hoy, inalcanzable; la realidad es que los grandes protagonistas del 6-D en el Congreso este año fueron el lehendakari, por debutante, y el presidente de la Generalitat, José Montilla, por el conflicto que el Estatut catalán arrastra en el Tribunal Constitucional desde hace tres años. Por eso, ayer la protagonista probablemente no fue la Constitución -esa Carta Magna sobre la que José Bono advierte de su flexibilidad finita con mucha intención-, o no sólo, sino esa fotografía de José Luis Rodríguez Zapatero saludando a Emilia Casas, presidenta del Constitucional, ante la atenta mirada de un Montilla que ayer mismo firmaba un artículo en el que defiende la Carta Magna como punto de encuentro, pero también advierte de que las instituciones se legitiman ante la ciudadanía con su ejecutoria y que el Tribunal Constitucional no puede actuar de espaldas a la opinión pública, en referencia a la sentencia del Estatut. Y en esa fotografía hay otro invitado notable, el lehendakari, una presencia que puede calificarse de todo menos "normal", aunque sólo sea por inédita: a él se dirigió como una flecha Zapatero a saludarle, a él se refirió en su discurso Bono -"sin desmerecer a nadie"- y él copó las crónicas y los flashes. Mientras tanto, brillaron por su ausencia los barones autonómicos del PP. Ni Esperanza Aguirre, ni Alberto Nuñez Feijóo, ni Francisco Camps... Quizá, a la luz de los hechos, cabe preguntarse si la "normalidad democrática" no será poder excusar la asistencia a un acto de estas características sin que alguien se rasgue las vestiduras.