CUANDO, a principios de los años 80, las publicaciones científicas describieron los primeros casos de una rara enfermedad que producía neumonía entre varones jóvenes homosexuales que consumían drogas, era imposible sospechar el alcance que 30 años después representaría el sida. Hoy sabemos que es el estadio final de una infección producida por un virus -el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH)- que es capaz de atacar al sistema inmunitario dejando al organismo sin defensas frente a las infecciones y haciéndole más vulnerable a padecer determinados tumores malignos. Conocemos que se transmite manteniendo relaciones sexuales sin preservativo con una persona portadora del virus, por exposición a la sangre infectada y de la madre a su descendencia durante el embarazo, parto o lactancia. Una vez adquirida la infección, si no se trata con antirretrovirales, el VIH se replica de forma continua apareciendo las manifestaciones clínicas entre 3 y 5 años después. Tiene lugar la lucha de un microbio agresivo, que posee una gran capacidad de camuflarse, contra los sistemas defensivos del organismo. En ausencia de antirretrovirales el virus ganará en la inmensa mayoría de las ocasiones, aunque la especie humana está desarrollado herramientas eficaces para luchar contra la enfermedad. Fruto de este desarrollo científico, en lo que se refiere al tratamiento de la infección VIH y sus complicaciones, son los resultados expuestos en el último informe de ONUSIDA que abre una puerta a la esperanza al apreciar una tendencia a la disminución de la enfermedad y de su letalidad: en los últimos 8 años el número de personas infectadas ha disminuido un 17% y el número de fallecimientos se ha rebajado un 10% en 5 años. Pero detrás de estos innegables progresos están las desoladoras cifras que expresan el alcance de la enfermedad. Desde aquellos primeros casos de California se han registrado cerca de 60 millones de infecciones por el virus de la inmunodeficiencia humana y sus consecuencias han producido más de 25 millones de muertes.

Las personas y las organizaciones que luchan contra el sida comienzan a ver los frutos de las medidas de prevención y de los tratamientos antirretrovirales. Los efectos se muestran, sobre todo, en el África subsahariana, la región del planeta con las cifras más escalofriantes de la enfermedad con más de 22 millones de personas afectadas. El 91% de las infecciones en la infancia se produce en ese continente, donde, además, 14 millones están en situación de orfandad. La situación del sida en África se puede considerar como la segunda oleada epidémica de la enfermedad que se ha transmitido, fundamentalmente, mediante relaciones heterosexuales. La primera oleada fue la que ocurrió en el Primer Mundo coincidiendo con el descubrimiento de la enfermedad y que se relacionaba con las prácticas homosexuales y la utilización de drogas intravenosas. Esta última práctica de riesgo era la principal causante de la tercera oleada, que se despliega desde el Este de Europa hasta Asia, pero está siendo sustituida por la transmisión heterosexual.

Las diferencias geográficas de esas tres oleadas coinciden con el diferente abordaje de la enfermedad. Los avances en los tratamientos antirretrovirales han mejorado drásticamente el pronóstico de la infección. Una persona infectada en tratamiento podrá hacer una vida prácticamente normal durante muchos años, y aunque presente complicaciones, los avances terapéuticos pueden conseguir que vuelva a una situación de práctica normalidad. Pero esto sólo es cierto para quienes viven en los países desarrollados, que sufrieron la primera oleada y mantienen las tasas más bajas. Un ejemplo más del diferente impacto de la enfermedad, ligado a las inequidades sociales y sanitarias engendradas por la falta de recursos. El 95% de las personas infectadas lo hace en los países en vías de desarrollo. Sin embargo, de cada 5 que se contagian sólo 2 se benefician del tratamiento con antirretrovirales, el resto -unos 5 millones- viven en países en los que el acceso a estos medicamentos y a otros cuidados sanitarios es casi inexistente. En el llamado Primer Mundo, los antirretrovirales se administran precozmente, con lo que se consigue convertir el fatal desenlace de la lucha del VIH contra el organismo en una enfermedad crónica y disminuir las probabilidades de contagiar. El otro mundo necesita que lleguen, abaratándose y mejorando su distribución y la organización sanitaria.

Los antirretrovirales no son el único medio para luchar contra la extensión del sida. Hace dos meses, los medios de comunicación se llenaron de optimistas portadas anunciando el descubrimiento, en Tailandia, de la vacuna contra el sida. La realidad era mucho menos halagüeña de lo que prometían los titulares. Un ensayo clínico había conseguido, mediante la vacunación, reducir un 30% la transmisión de la enfermedad algo que, si nos referimos a prevención, aportaba poco valor. Considerando los estrepitosos fracasos, en términos de efectividad, de los intentos anteriores, este estudio tenía el interés de ser el primero en mostrar un modesto resultado preventivo y abría una nueva vía de investigación. Es imposible predecir cuánto tardará en llegar la vacuna, pero queda mucho camino por recorrer hasta conseguir una que produzca inmunidad en la mayoría de las personas y para todos los subtipos de virus.

Y aunque esa vacuna existiera y funcionara, no podría acabar con la epidemia por sí sola. Será necesaria una combinación de medidas preventivas, vacuna, antirretrovirales y otros microbicidas para ganar la batalla al VIH. La educación y la información son dos armas fundamentales para luchar contra la expansión de esta epidemia. La transmisión está directamente relacionada con actitudes, por lo que los esfuerzos se deben centrar en promover modificaciones en el comportamiento que eviten prácticas de riesgo. El uso correcto del preservativo reduce, de forma significativa, la transmisión del virus. La Iglesia católica se ha manifestado contraria a esta evidencia científica, llegando a asegurar que el preservativo "agravaba el problema". La teoría en que se sustenta esta afirmación es la denominada "de compensación del riesgo", por la que si una tecnología nos proporciona protección, ocurre un fenómeno que lleva a la persona a asumir más riesgo. Aunque Benedicto XVI, en su locución sobre el sida, no sembró más dudas sobre el preservativo, sus teorías sobre la prevención parecen una muestra más de los deseos de los responsables de esta confesión de alejarse peligrosamente de las evidencias científicas.

El mejor pronóstico de la enfermedad, en los países desarrollados ha banalizado su importancia, circunstancia que se apunta como responsable del aumento de transmisiones sexuales. En nuestro entorno, casi el 50% de las nuevas infecciones tienen su origen en relaciones heterosexuales, lo que unido al 25% que son fruto de relaciones homosexuales da una idea de la importancia de la utilización del preservativo y de la realización de test de VIH. Esta prueba, que se lleva haciendo de forma pionera desde comienzos de año en las farmacias de Cataluña y la Comunidad Autónoma Vasca, está comenzando a dar resultados. Tras realizar más de 20.000 tests, 19 personas conocen que son seropositivas, podrán comenzar el tratamiento, la enfermedad progresará menos y evitarán contagiar a sus parejas.

Nuestros esfuerzos deben centrarse en dos objetivos. Por un lado aumentar los fondos que se dedican a los programas de sida en los regiones desfavorecidas económicamente, con el fin de facilitar el acceso universal a las medidas preventivas, a los antirretrovirales y al resto de los cuidados sanitarios que precisa la enfermedad. Por otro, debemos valorar la eficacia de la información que se transmite sobre el sida a la ciudadanía de nuestro entorno para limitar la banalización de la enfermedad y la relajación de las medidas preventivas. Además, es preciso potenciar los programas de detección precoz con el fin de evitar los contagios y mejorar el pronóstico de las personas portadoras.