UNA vez ratificado por todos los estados el nuevo tratado de Lisboa, la Unión Europea se va a dotar de nuevos poderes para gestionar mejor los intereses comunes europeos. Entre otras novedades, a partir de ahora va a haber un presidente de la Unión que representará al conjunto de europeos y un ministro de Exteriores que será la voz diplomática de la Europa unida. Muchos europeos aún recuerdan la humillación de no poder hablar con una sola voz ante las guerras de los Balcanes en la frontera sureste de la Unión. Desde este punto de vista, estos dos nuevos cargos suponen un importante avance en el proceso de integración, ya que la UE, tantas veces reducida al mercado y a los cambalaches de los gobiernos, se visualizará como una comunidad capaz de hablar y actuar con una sola voz.
Al respecto, sólo faltaba definir los perfiles y elegir a los candidatos más idóneos para ambos puestos. Por este motivo se ha producido una gran batalla política que resulta similar al juego de la silla: los aspirantes caminan cuidadosamente alrededor de las sillas mientras suena la música que, de pronto, se para y todos tratan de sentarse, pero siempre hay alguien que no puede hacerlo y queda eliminado. Los británicos rápidamente apoyaron a su ex primer ministro, Tony Blair, como serio aspirante a presidir la Unión. Hubo un momento en que parecía que sólo él competía por esa silla, pero era que había comenzado a andar demasiado pronto. Las principales razones para defender su candidatura eran su peso político, al haber sido primer ministro de una potencia como el Reino Unido, junto a su experiencia internacional. Sin embargo, las dudas provenían de su perfil no demasiado europeísta. ¿Era éste el perfil que se buscaba? ¿Tanto tiempo reclamando una voz única y el primer presidente de la UE iba a ser una persona que no cree en los ideales de la integración? Los sectores más federalistas y europeístas se movilizaron rápidamente y lanzaron una campaña contra Blair por este motivo. Los cientos y cientos de ciudadanos que se posicionaron contra esta candidatura, entre ellos muchos británicos, también argumentaban que elegir como presidente a uno de los líderes que impulsaron y apoyaron la invasión de Irak era lanzar un mensaje equivocado sobre lo que Europa quiere representar. Una invasión a la que la amplísima mayoría de la población europea se opuso. La música se paró y Blair no encontró una silla.
Definir los perfiles era esencial para poder valorar las posibilidades reales de cada candidato. Al principio sólo se oían nombres masculinos, pero en las últimas semanas eso cambió. Una de las pocas candidatas en incorporarse a la lista fue la ministra sueca de asuntos europeos, Cecilia Malmström. Al hacerlo, descartó al actual ministro de exteriores sueco, Carl Bildt, ya que es imposible que un país pueda tener dos candidatos con opciones. De nuevo paró la música y Bildt quedó descartado.
También era importante atender a los delicados equilibrios entre países grandes y pequeños. Los líderes de los países grandes tienen más peso político e influencia en la comunidad internacional debido a la fortaleza de sus diplomacias, pero si todos los cargos se reparten entre ellos, los países pequeños se sienten desplazados y su interés por la Unión decrece. Por otro lado, los candidatos de las potencias (Alemania, Francia, Reino Unido e Italia) despiertan más recelos en las otras potencias, aumentando el riesgo de vetos. Por ello, estas potencias, en ocasiones, prefieren impulsar a un candidato de un país mediano afín, que defenderá sus intereses y les permitirá mayor margen de libertad a la hora de negociar con los otros gobiernos. Tener un nacional en un alto cargo europeo tiene muchas ventajas, pero también obliga al país de origen del candidato a mostrar prudencia en la forma en que persigue sus intereses nacionales. Se ve en Portugal que, al tener a Durao Barroso como presidente de la Comisión, debe ser exquisito en las formas para no parecer que abusa del cargo de su ex presidente nacional. Por otro lado, ningún país puede tener a la vez dos nacionales en cargos de la máxima relevancia, por lo que era seguro que ningún portugués alcanzaría ninguno de los dos cargos en disputa. La música paró y todos los portugueses se quedaron sin silla.
Otro factor muy importante en estos repartos es la fuerza política de cada una de las distintas formaciones ideológicas. En la actualidad hay una mayoría demócrata-cristiana en el Parlamento Europeo y los gobiernos conservadores son mayoría en los estados. En segundo lugar, se encuentran los socialistas y a cierta distancia los demócratas y liberales (ALDE). Por este motivo, todo el mundo daba por hecho que habría un presidente de la Unión conservador y un ministro de Exteriores europeo socialista? aunque los socialistas no las tenían todas consigo, ya que no sería la primera vez que un liberal consigue ser la segunda mejor opción para todos y logra un puesto importante. Teniendo esto en cuenta, la música paró y sólo los candidatos demócrata-cristianos lograron silla en la carrera para presidir la Unión. Pero además es muy difícil que alguien con enemigos sea elegido, aunque cuente con grandes apoyos y todos los líderes demasiado polémicos también se quedaron sin silla. Además, la sensibilidad hacia ciertos temas delicados también se considera algo muy importante en Europa. Fueron notables los casos de algunos miembros de la Comisión que quedaron fuera por sus ideas (o la interpretación de las mismas) sobre la religión, la homosexualidad o el medio ambiente. No se exige un compromiso demasiado elevado al respecto, pero sí al menos mantener las formas y demostrar sensibilidad dada la amplia diversidad de opiniones sobre estos temas.
Finalmente, el conocimiento de idiomas siempre ha sido un requisito para obtener altos cargos en la Unión. Los británicos trataron de usar este argumento a última hora para desplazar a un candidato italiano sólido, Massimo D"Alema, pretextando que no hablaba inglés "a la perfección". Diversos políticos indicaron rápidamente que hay más idiomas en la UE además del inglés y que el conocimiento de esta lengua, en cualquier caso, no debe ser del nivel de Shakespeare para poder presidir la UE de forma digna.
El baile de nombres fue amplio porque muchos se autoincluyeron en las listas de posibles candidatos. El uso diplomático indica que es mejor que a uno le propongan otros, mejor si son gobiernos, o en todo caso, indicando que algunos gobiernos respaldarían su candidatura. Pero la tentación de aparecer en las quinielas aunque sea por unos días era tan fuerte que muchos no se resistieron a postularse por si sonaba la flauta.
La música finalmente paró y sólo quedaron dos sillas. Los elegidos fueron Herman van Rompuy, primer ministro belga y propuesta conjunta de Alemania y Francia, para presidente de la UE, y una británica, Catherine Ashton, para el cargo de ministra de Asuntos Exteriores de la UE. Ha sido una decisión unánime y rápida de los gobiernos. Ambos tienen talento y experiencia, aunque es cierto que Ashton no en el área de exteriores. Van Rompuy es un europeísta de un país mediano y fundador de las Comunidades Europeas y al final ha habido una mujer en uno de los dos cargos, si bien de una de las potencias. Hay quien cuestiona el premio a un país euroescéptico, pero en cualquier caso esta mujer tendrá a su disposición uno de los mayores y mejores servicios diplomáticos del mundo. Poco más se puede decir de momento. Lo que sí se puede avanzar es que la forma en que desempeñen ellos sus cargos condicionará mucho el papel de dichos puestos para el futuro. Suerte a ambos. Y ojalá que la próxima vez, dentro de cinco años, podamos ser los ciudadanos quienes elijamos a estos cargos y a la propia Comisión Europea.