DESDE su refugio en la embajada de Brasil, el depuesto presidente de Honduras, Manuel Zelaya, aseguraba ayer poseer pruebas que demostrarían el falseamiento de los resultados. Un paso más, a la desesperada, para lograr lo imposible, la recuperación del poder que le arrebató el golpe de estado protagonizado por los militares. De ese golpe de estado, con el tránsito deshonroso de Roberto Micheletti como usurpador de la Presidencia, han derivado las elecciones celebradas el pasado domingo en las que ha resultado triunfador el candidato del derechista Partido Nacional, Porfirio Lobo, terrateniente que apoyó el golpe de estado y que reconoce su admiración por los Estados Unidos. Así, la interminable crisis hondureña entra en una nueva e inestable fase con vencedores y vencidos y, al mismo tiempo, el enfrentamiento en la comunidad internacional entre quienes no reconocen un Gobierno nacido de una asonada militar y quienes ven en él la solución a un enquistamiento que mantendría al país en permanente inestabilidad. Hay que reconocer que aquel arrebato antigolpista internacional de la primera hora ha rebajado sustancialmente el entusiasmo, sobre todo después de que la Administración Obama hubiera decidido cerrar la crisis con la aceptación del resultado de las elecciones, muy probablemente perfecto conocedor de las posibilidades de Porfirio Lobo. El reconocimiento de Washington añadía, también, la derrota de Hugo Chávez como valedor de Zelaya, aviso a navegantes para el escoramiento hacia la izquierda en aquella zona. Por el momento, sin consenso en la Cumbre Iberoamericana, Costa Rica, Panamá y Perú ya han reconocido al nuevo presidente, lo que no es sorprendente por la orientación derechista de sus gobiernos. La Unión Europea, de momento, sigue sin reconocer validez a las elecciones hondureñas a las que no envió siquiera observadores. El Gobierno español, en la misma línea, tampoco avala los resultados de esos comicios. Por su parte, el PP, que sí envió por su cuenta observadores -entre ellos Carlos Iturgaiz- apremia al Gobierno de Zapatero para que reconozca la victoria de la derecha. Por ahora, se mantiene esa relativa firmeza en la comunidad internacional pero todo hace temer que se acabará por reconocer los hechos consumados.
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