El silencio es discreto como un mirlo blanco en la nieve, sublime como el techo de un arco iris, solemne como un robledal en otoño y un hayedo otoñal. Una gota de agua y una flor que crece.

¿Quién ha visto sin temblar un hayedo en un pinar?

Pero el frenesí de la tecnología del motor y audiovisual ha llenado de ruido nuestras vidas. El silencio está solo. Lo hemos convertido en un bicho viviente extraño, de convento, de claustro, de pergamino. Por la calle, en los paseos, se ven personas ausentes, pendientes de lo que les dicta el pinganillo. Al solitario se identifica con la tristeza, la soledad, el desamparo, la angustia, el abandono. El ruido es el futuro, el bienestar, la soledad, la esquizofrenia.

Jamás he escuchado de boca de un educador que el silencio es la parte más importante de la educación, probablemente porque él tampoco aprendió a estar solo, porque a él tampoco le enseñaron. Tal vez sería interesante introducir la asignatura del silencio. Cinco minutos de silencio al día. La soledad sonora es el silencio: el gran premio de esa aventura desde dentro.

En esta sociedad mercantilista y servil, la soledad es el precio a pagar por la independencia. Pero bendita sea si es aceptada y no impuesta por causas externas, ajenas al soltero del amor a la vida. "Para estar solo me bastan mis pensamientos".

Buenos días, silencio. Que pases un buen día.