Toda pasión tiene un subsuelo integrista. Bajo cualquier amor excesivo alienta ese espíritu sectario que solemos ocultar y domar. Pero no siempre es fácil. A veces el hincha, el militante, el novio rompe la correa y se convierte en un botarate unidireccional, casi un desconocido. Y entonces da miedo. Viene esto a cuento por lo que oigo y leo acerca de la nueva EITB. Por supuesto, urge juzgar los ceses, los fichajes y el descenso de la audiencia. Y a nadie debe asombrar que cada cual, según su tribu, señale con dureza o absuelva a los mandatarios implicados. Sólo faltaría que no pudiéramos examinar la gestión de una empresa pública. Y aprobarla o suspenderla.
Por desgracia hay quien no se conforma con eso. Una minoría talibán ha traspasado la línea de la necesaria crítica para chapotear en una piara donde sólo faltan Mila Ximénez y un medidor de cráneos. Dicen entre risitas que ciertos jefes del ente pierden aceite. Llaman gallego y leonés a dos locutores radiofónicos a los que en otra época jamás definían con tal saña xenófoba. Resucitan la palabra maqueto para referirse a un presentador, y afirman con mala baba que dos profesionales de las ondas son marido y mujer, como si antes no lo fueran o, peor, como si no lo pudieran ser.
La ofensa no queda ahí: a otros los tildan de traidores, colaboracionistas, chaqueteros, acomodaticios y hasta de mercenarios. Sin duda ellos, los acusadores, abandonan su curro con brava dignidad en cuanto les cambian de jefe o echan al prójimo. Es muy absurdo un lugar en el que siendo uno vasco puede ser tachado de antivasco o enemigo del pueblo vasco.
Esta ceguera cainita sería una nimiedad si no envenenara el juicio de la gente sensata. Hablando en plata: haría bien la oposición nacionalista si moviera sus hilos para embridar a ese potro vengativo que cocea por los bares y la red. Pues una cosa es poner el microscopio sobre EITB, y otra muy distinta reinventar la STASI para airear el árbol genealógico y los hábitos sexuales de sus trabajadores.