Quien haya leído Jane Eyre, de Charlotte Brontë seguro que recuerda la frase: “¿Cree que porque soy pobre, silenciosa, poco agraciada y menuda, carezco de alma y de corazón? ¡Se equivoca!”. Aunque mucho se ha discutido sobre si esta era o no una historia autobiográfica, lo cierto es que muchos lectores visualizan en la protagonista a cualquiera de las hermanas Brontë. Charlotte, Emily y Anne fueron tres hermanas que rompieron moldes, que lucharon contra las normas de su tiempo y lograron dejar su huella en el mundo a través de su pasión, la literatura. Jane Eyre, Cumbres Borrascosas y La inquilina de Wildfell Hall son las tres obras más famosas de las hermanas, pero no las únicas.
Para entrar en el universo de la familia Brontë hay que hacer un viaje en el tiempo hasta 1820, a la casa parroquial de Haworth, en Inglaterra, un caserón de ladrillo situado en la parte más alta del pueblo, junto al cementerio y rodeado de una naturaleza inhóspita, con bosques, ríos y páramos azotados por el viento que sirvieron de inspiración y a la vez fueron escenario de las historias que narraron en sus novelas y poemas.
Allí se estableció el matrimonio formado por Patrick y Mary Brontë, cuando él fue nombrado reverendo del Haworth. Tuvieron seis hijos, y poco antes de que la más pequeña, Anne, cumpliera un año, la madre murió. A esta trágica muerte hay que sumar las de las dos hermanas mayores, Elizabeth y Mary, que murieron con 10 y 9 años, y con unas pocas semanas de diferencia por una tuberculosis contraída en Cowan Bridge School, un internado para niñas sin recursos. Ante esta situación, Patrick Brontë decidió sacar al resto de sus hijas y educarlas en casa. Estas muertes prematuras y traumáticas marcaron la infancia y la vida de las tres autoras y se refleja en algunas de sus obras, como en el inicio de Jane Eyre.
A partir de ese momento fue el padre quien, con ayuda de su tía Elizabeth, sacó adelante a la familia. Entre los hijos también estaba Patrick, conocido como Branwell, el único varón y con el que cuando aún eran niños, Charlotte, Emily y Anne compartieron muchos textos y el sueño de convertirse en grandes escritores. Él, por su condición masculina, tuvo más oportunidades de formarse y trabajar como escritor y pintor, sin embargo, el alcohol y las malas decisiones terminaron por truncar todos sus sueños y en parte los de sus hermanas.
Acceso a los libros
Aunque de modesta procedencia, Patrick Brontë pudo estudiar en Cambridge, y además de reverendo era poeta y escritor autodidacta y tenía unos elevados intereses intelectuales que supo transmitir a sus hijos. Se encargó de su educación, y además de clases, les permitió tener acceso y leer todos los libros que había en la casa, así como periódicos y revistas, algo muy poco común en aquella primera mitad del siglo XIX, en la que tan solo se esperaba de una mujer casarse y tener hijos, o bien mantenerse soltera y dedicarse a la enseñanza. De hecho, las tres hermanas trabajaron durante pequeños periodos como institutrices, pero se sentían infravaloradas y nunca lograron habituarse a vivir lejos de su casa. Todas echaban de menos su vida en Haworth.
Esa vida solitaria, dedicada a las labores del hogar por la mañana y a escribir a escondidas por las tardes, así como los largos paseos que solían dar durante el día deambulando por los bosques y páramos que se extendían alrededor del caserón forjaron las personalidades de las tres niñas.
Mujeres con seudónimo
Aunque no se haya leído nada de las hermanas Brontë, todo el mundo ha oído hablar de algunos de sus libros, especialmente Jane Eyre y Cumbres borrascosas. Aunque hay quien pueda tener una idea preconcebida de que son novelas románticas que narran historias de amor, lo cierto es que todas sus obras van mucho más allá, están llenas de personajes complejos, historias con giros inesperados y continuamente reivindican la figura de la mujer.
Con la idea de reunir algo de dinero, lo primero que decidieron publicar fue un poemario conjunto, pero lo hicieron usando seudónimos masculinos: Currer, Ellis y Acton Bell. Era el único modo de que sus obras fueran tomadas en serio por los críticos de la época.
Después siguieron publicando, con los mismos seudónimos, pero cada una por separado. Fueron varios los títulos que publicaron y entre los que destacan Jane Eyre, Cumbres Borrascosas, Agnes Grey, La inquilina de Wildfell Hall, Villette, Shirley... Especialmente Jane Eyre, publicada en 1847, tuvo una muy buen acogida, tanto por la crítica como por los lectores en general. Aunque su protagonista se alejaba del ideal victoriano de mujer sumisa, se convirtió en una heroína. El resto de novelas pasaron más desapercibidas al principio, pero con el paso del tiempo, especialmente cuando se desveló quienes eran realmente los hermanos Bell, volvieron a revisarse y todas ellas se han convertido en grandes títulos de la literatura inglesa, en especial Cumbres Borrascosas.
Tres imprescindibles
Jane Eyre. Es la historia de una niña huérfana que crece en un internado hasta que se convierte en institutriz. Jane es contratada en Thornfield Hall para educar a la hija del señor Rochester. Poco a poco, el amor irá surgiendo, pero la casa y la vida de Rochester guardan un estremecedor misterio.
Cumbres borrascosas. Adoptado por la familia Earnshaw, Heathcliff es un niño que sufre el desprecio de familiares, criados y vecinos. Tan solo encuentra compresión en Catherine, pero un día escucha que ella nunca se rebajaría a casarse con él. Herido, abandona la casa y trama su venganza.
La inquilina de Wildfell Hall. Es una novela que habla del abuso y los malos tratos dentro de una pareja. Tras años de abandono, la ruinosa mansión de Wildfell Hall es habitada de nuevo por Helen Graham, una misteriosa mujer, y su hijo. Poco sociable y siempre triste, enseguida despierta el interés y las sospechas maliciosas de los vecinos.
Emily fue la primera de las tres en morir, fue por tuberculosis en 1948, a los 30 años. Al año siguiente y por la misma enfermedad le siguió Anne, con 29 años. Charlotte, la única sobreviviente, fue la encargada de dar a conocer la verdadera identidad de los hermanos Bell y pudo disfrutar de ese reconocimiento con el que tanto soñaba de niña. Finalmente se casó en 1854 con Arthur Bell Nicholls, coadjuntor de su padre, y murió un año después, a sus 38 años.
Patrick Brontë vivió aún seis años más y fue testigo de cómo la fama de sus hijas crecía día a día y cómo su lucha por romper las reglas establecidas por la sociedad sirvió de inspiración para cientos de escritoras que siguieron el camino empezado por las hermanas Brontë.