Hace 27 años Patricia Viviana Ponce cambió radicalmente de rumbo. Metió sus libros de Sigmun Freud en la maleta y se embarcó en un vuelo transoceánico desde Argentina, donde pasó su infancia y juventud, a Euskadi. Cuando llegó a Madrid a finales de los años 90, la actual directora de Haurralde Fundazioa, con su sede principal en Donostia, fue retenida en el aeropuerto de Barajas. “Me preguntaron cuánto dinero llevaba conmigo y les dije la verdad, que no tenía mucho. Me dijeron que en ese caso debía regresar a mi país”, recuerda. “Hoy en día sigue pasando lo mismo”, añade. Ponce dibuja un panorama negro y muy difícil de gestionar para su Argentina natal, un lugar “hermoso pero castigado en los últimos años por una nefasta clase política”. “Llevamos una racha muy mala”, resume. 

Europa y el resto del planeta tampoco se libran. “Pensamos que los derechos humanos conquistados están apuntalados, pero no es así; lo que pensabas que era una conquista puede que de un día para otro haya dejado de serlo”, reflexiona. Haurralde, que trabaja “por un mundo más justo, más solidario y sostenible”, no lo tiene nada fácil. La activista se muestra pesimista sobre la situación de los migrantes que llegan a la península -“a pesar de que hemos avanzado mucho como sociedad, las cosas se han puesto cada vez más perversas en la frontera”- y la palabra que utiliza para sintetizar las cuestiones relativas a los derechos humanos y la justicia social es “regresión”.  

“Vivimos una auténtica regresión”, subraya. “En la última década ha habido un retroceso importante que tiene que ver con un pacto migratorio basado en el blindaje de fronteras y la expulsión de personas migrantes. Pero, sobre todo, tiene que ver con una serie de valores que se impulsan desde la sociedad actual y que han ido cambiando con los años. El mundo actual no es el mismo que el de hace 15 o 20 años”. 

Y en este contexto tambaleante y lleno de dudas, ella reconoce sentirse fuera de juego; como si las reglas ahora fueran otras y las personas más adultas se vieran desplazadas en una sociedad dominada por las nuevas tecnologías, la inmediatez digital y el uso y abuso de las redes sociales. “Hay un corte abrupto entre mi generación y las generaciones más jóvenes. No encajamos. Nos sentimos viejos y desfasados. ¿Cuáles son los valores que encajan en el mundo de hoy? De pequeña mis padres se levantaban a las cuatro de la mañana para ir a trabajar y nos enseñaron la importancia del esfuerzo. No sé si eso se ha perdido”, lamenta.

Otro factor crucial en su diagnóstico sobre la actualidad es la falta de tiempo. Las dichosas prisas. La imposibilidad de compartir momentos juntos, un ritmo de vida frenético que nos hace sentir frustrados y nos aleja de los demás. “Se nos ha quitado el tiempo, que es una cuestión muy importante. Vamos muy deprisa. Tienes que pactar con dos semanas de antelación para quedar a tomar un café con alguien”, explica Ponce. “Tampoco hay tiempo para la lectura porque las redes sociales consumen nuestro ocio. Apenas ves a la gente con un libro en la mano. Todos van con móviles. Una persona que lee no solamente es capaz de hablar y escribir mejor, dominando las técnicas de redacción, sino que además se amplía su mente. Leer enriquece”. 

Espacios de lucha

De sus primeros pasos en Haurralde Fundazioa, en funcionamiento desde 1998, recuerda que al principio participó como voluntaria unos cuatro o cinco años y que, poco a poco, fue adquiriendo un mayor compromiso con la ONG. La entidad está conformada por mujeres profesionales de diferentes áreas, desde psicólogas y abogadas a técnicas de igualdad y cooperación. Las actividades y proyectos de Haurralde siempre se han caracterizado por dos grandes líneas que caminan en paralelo: la cooperación internacional centrada en niños y mujeres “en países empobrecidos -no me gusta llamarlos pobres-” y la promoción de la educación para la transformación social en Euskadi, centrando la atención en las personas en situación de vulnerabilidad. 

Desde la pandemia, afirma su responsable, ha habido un vuelco. Para “seguir defendiendo derechos y construyendo espacios de lucha” se están enfocando más en mejorar la vida de las “compañeras migrantes y personas vulnerables” que viven entre nosotros. Colaboran con el Banco de Alimentos de Gipuzkoa para hacerles llegar la comida a las familias más necesitadas. Cuentan con varias oficinas en el barrio donostiarra de Gros, Soraluze y el centro comunitario de Egia, en San Sebastián, donde imparten cursos, ofrecen asesoramiento psicológico, talleres de reciclaje y sensibilización ambiental, hay ordenadores, una biblioteca…  

“Estamos más centradas en el trabajo a nivel local, aunque todas las luchas se conjugan y retroalimentan”, asegura Ponce. “Cuando trabajas en la prevención de la violencia machista y erradicación de la pobreza en Bolivia o Guatemala, por ejemplo, puedes extrapolar lo que pasa allí a Gipuzkoa. Porque si hablamos de trata de mujeres, explotación sexual y prostitución, no podemos dejar de hablar de lo que sucede en los países latinoamericanos”. La ONG, que tiene previsto abrir una nueva oficina en Altza, también dedica sus esfuerzos a atender las necesidades de los menores migrantes de 7 a 15 años

La conversación se dirige a continuación a la reciente encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que apunta a que la inmigración ha pasado a ser el principal problema de la gente. ¿Es este un país racista? “Sería importante que consideráramos y asumiéramos la realidad, aunque no esté bien visto: sigue habiendo un clasismo y racismo velado”, afirma. “Los problemas relativos a la inmigración son inducidos y señalados por partidos de extrema derecha como VOX”, continúa. “¿De verdad ese es el principal problema que tenemos? Seamos serios. Hay que acometer otras cuestiones más importantes. Preguntémosles a nuestros hijos e hijas, por ejemplo”.  

En su caso, afirma, tiene dos hijas que se han marchado a Suiza y Australia a trabajar, porque no pueden costearse el alquiler en Gipuzkoa y se encuentran con unas condiciones laborales cada vez más precarias. La tercera pata que cojea en la actual sociedad del bienestar, según Ponce, es el funcionamiento del sistema sanitario vasco. “En Euskadi, siempre ha sido una de sus perlas más reconocibles, pero deberíamos analizar qué es lo que ha pasado desde la pandemia para que se haya deteriorado tanto. Es posible que haya intereses detrás que busquen debilitar la sanidad pública, incentivando que más personas opten por el sistema privado.” 

Uno de los mayores desafíos actuales es la violencia que se ejerce contra las mujeres “solo por el hecho de ser mujeres”

Sobre monstruos normales y corrientes

En Haurralde Fundazioa aseguran que uno de los mayores desafíos actuales es la violencia que se ejerce contra las mujeres “solo por el hecho de ser mujeres”. “Si tuviéramos una sociedad realmente feminista, en la que las mujeres y los hombres se tratasen en igualdad, de tú a tú, no se cometerían este tipo de atrocidades”, cuenta Patricia Viviana Ponce. La activista argentina se refiere expresamente al caso de Giséle Pelicot, la víctima de decenas de violaciones mientras su marido la sedaba y organizaba las agresiones sexuales en su domicilio de Mazan, Francia. Los violadores no eran seres marginados y aislados, sino personas respetadas en su comunidad, profesionales de distintos ámbitos e incluso padres de familia. 

Gisèle Pelicot a las víctimas de violencia sexual: "No estáis solos"


¿Cómo hemos llegado a estos extremos? “En las sociedades actuales se siguen generando este tipo de monstruos, como si pululara lo burdo y lo aberrante entre nosotros, y es algo que tiene mucho que ver con la educación sexual y los valores afectivos”, responde. Según relata, para este tipo de perfiles masculinos “las mujeres no valen nada, solo sirven para su uso y disfrute. Tienen cero empatía. Lo más fácil sería decir que son psicópatas y ya está, pero es un modelo de masculinidad que se sigue reproduciendo a través de la pornografía y el machismo. Tenemos a gente muy jovencita, adolescentes, que pueden pensar que algo así le puede gustar a una mujer”. Y alerta: “La manada nos pareció una barbaridad, pero este odio hacia las mujeres es un fenómeno que va in crescendo. En Argentina, por ejemplo, se producen empalamientos, que son acciones atroces contra las mujeres. No hay recetas mágicas para darle la vuelta a la situación, afirma, pero “priorizar la lucha contra las violencias entrecruzadas es una auténtica prioridad”. Se debería hacer hincapié en “la educación, la voluntad política y un mayor presupuesto” para tratar de acabar con esta lacra.