EN 1863, cuatro meses después de la decisiva batalla de Gettysburg, Abraham Lincoln, proclamaba en su histórico discurso de Gettysburg que “ahora estamos envueltos en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y consagrada, puede perdurar en el tiempo”.
En este ambiente de crispación y con unas elecciones decisivas a la vuelta de la esquina, las cuales seguramente serán las más crispadas y enfrentadas de la historia reciente, la recientemente estrenada película 'Civil War' ha enfrentado a los americanos con su miedo más atávico, el de la desintegración del país a través de una guerra civil. Una posibilidad que hace unos años parecía una exageración, pero que la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021 convirtió en una posibilidad real. Un inquietante posible futuro que va haciéndose más real día a día, cuanto más nos acercamos a las elecciones de noviembre, y ante la que nos coloca el magnífico film de Alex Garland.
'Civil War podría considerarse el 'Apocalypse Now 'de la era Trump. Si el film de Francis Ford Coppola era una trasposición de 'El corazón de las tinieblas' de Joseph Conrad a la guerra de Vietnam, 'Civil War' es también un viaje iniciático por las terribles consecuencias de una nueva guerra civil en los Estados Unidos. Un grupo de veteranos periodistas, junto a una joven que quiere ser reportera, cruzan los Estados Unidos para hacerle una entrevista al presidente, que se encuentra parapetado en Washington y lleva meses sin atender a la prensa. En ese viaje por carretera descubrirán el horror y el sinsentido de un país fracturado y militarmente enfrentado, en el que muchas veces ni siquiera los propios combatientes saben en qué lado están.
Lo más llamativo del film quizás sea el silencio respecto a las causas de la confrontación y por qué ésta se inició. Lo más fácil para el director hubiera sido confrontar a las dos Américas que ahora se enfrentan en la arena política, las América rural y conservadora, frente a la urbanita, multicultural y afín al partido demócrata. Garland voluntariamente elude explicar el conflicto. Solo se puede intuir por ciertas afirmaciones de los personajes sobre el autoritarismo de un presidente que parece haber provocado la secesión de Texas y California, los cuales se han unido a otros estados, que se lanzan hacia Washington para acabar con el presidente y su gobierno.
Claramente la película no muestra interés por entrar en disputas ideológicas o por radiografiar el actual antagonismo entre demócratas y republicanos. No importa por qué esta guerra civil se inició. El interés de la película, junto a sus personajes, es mostrar cuáles serían las consecuencias de una contienda civil en los EE.UU. actuales. La elección de periodistas como personajes principales refuerza esa apuesta del director. Los protagonistas en ningún momento debaten sobre las causas o sobre quién es el verdadero causante de lo que ocurre. No hay discusión política entre ellos. Simplemente son testigos de la brutalidad que rodea a una guerra civil en la América del siglo XXI. Al igual que las cámaras fotográficas de los protagonistas, la cámara de Garland se centra en las atrocidades de un conflicto entre norteamericanos.
La crueldad de la violencia
Desde la primera escena de la película somos testigos de hasta donde podría llegar la crueldad de la violencia que se desataría en un conflicto de este tipo. No sería una guerra como la de secesión en 1860, con batallas puntuales entre ambos bandos alejados de los núcleos urbanos y la población civil. En esta nueva guerra parte de los estados ni se enterarían del conflicto, mientras que en otras regiones la línea del frente sería completamente difusa y ambos bando se encontrarían dispersos y muchas veces confundidos, afectando también a zonas urbanas, como se ve en la escena final, llegando a convertir Washington DC en una zona de guerra comparable a Grozny, Mogadiscio o Bagdad; con tanques Abrams por las calles y barricadas en las carreteras.
El viaje de los protagonistas nos lleva a descubrir desde kamikazes que se inmolan ondeando banderas americanas, a ciudadanos que se toman la justicia por su mano contra cualquiera que infrinja lo que ellos determinan como sus leyes, hasta francotiradores que se enfrentan a distancia sin saber realmente si quien les dispara pertenece a su bando o no. Todo ello sin olvidar el problema de una sociedad en la que hay más armas que ciudadanos, lo que permite que milicias armadas sean incluso capaces de acabar con militares regulares. Toda una orgía de violencia, crueldad extrema y sangre que sobrecoge en cada escena.
Guerras de las periferias
Tampoco olvida el guion de Alex Garland a aquellos que se abstraen de lo que ocurre y se mantienen al margen del conflicto. Una clara crítica a aquellos que no toman partido ni interés por lo que ocurre a su alrededor, aunque tarde o temprano lo que está ocurriendo terminará por afectarles. Un cerrar los ojos que no permite escapar de las heridas que supone una confrontación militar para la convivencia de cualquier país.
Pero donde más efectiva es la película es al confrontar al espectador con escenas más propias de las guerras de las periferias que vemos por televisión, pero que en la película ocurren en suelo norteamericano. La visión de ciudadanas y ciudadanos norteamericanos peleando por acceder a agua o víveres, desplazados por las carreteras huyendo con sus posesiones en maletas hacia campos de refugiados en estadios de fútbol, estremecen al espectador al llevar a parajes de la primera potencia mundial situaciones que hemos visto en Ucrania, Siria o Gaza.
La parte final de la película se centra en otras heridas, no menos importantes para el futuro del país, las heridas simbólicas. La toma final de Washington por los secesionistas, con una capital americana asediada, llena de barricadas, con tanques Abrams y helicópteros Apache, con soldados norteamericanos enfrentados a sus propios compañeros, es la metáfora de un país que se devora a sí mismo y que acaba destruyendo aquellos símbolos que lo mantuvieron unido desde su fundación en 1776. La escena del ataque a los resistentes en el monumento a Lincoln, que es volado con un cohete, refleja la destrucción no solo de un monumento, sino también del valor político de la figura que no dudó en conducir al país a una guerra civil, esta vez para evitar su partición en dos.
Es al final de la película cuando ese suicidio simbólico es más claro. La toma de la Casa Blanca, el máximo símbolo del presidente , garante de la unión del país, junto a las últimas escenas de la película, reflejan un difícil futuro a un país que se ha desgarrado y que, una vez caído en la barbarie y en la lucha fratricida, acaba destruyendo aquellos símbolos que lo mantenían unida. A pesar de que la película termina encaminando el conflicto hacia su final, se puede intuir que en el futuro hipotético de la película, el retorno a la situación anterior sería muy difícil para un país que ha llegado tan lejos en su confrontación fratricida. Quizás sea esta la consecuencia más grave y la última que nos lanza la película en su final.
¿Es posible una guerra civil?
Pero, ¿es posible en la actualidad una guerra civil en los Estados Unidos? Dos libros abrieron la polémica hace un par de años. El primero, escrito por la académica Barbara F. Walter, Cómo se inician las guerras civiles, planteaba que las condiciones que se dan en las guerras civiles se estaban comenzando a producir en los Estados Unidos. Para Walter, las instituciones democráticas se estaban debilitando tras el período de Trump en la Casa Blanca, lo que auguraba la posibilidad de una guerra civil. Las grandes transformaciones demográficas y culturales que el país afrontaba estaban dividiendo la nación en dos, enfrentando las regiones más rurales y conservadores a las grandes urbes multiculturales. Todo ello, junto al debilitamiento de las instituciones democráticas, convertía al país en un polvorín que podría explotar.
El segundo libro, el del periodista Stephen Marche, 'La próxima guerra civil', era mucho más contundente en sus predicciones. Para Marche la confrontación entre las dos Américas era inminente. El radicalismo de la postura de ambos bandos no habría hecho más que hacer crecer el extremismo y la falta de confianza de los norteamericanos en su sistema. Marche llega a decir que el conflicto va más allá de la ideología. Para él la guerra civil implica una lucha por el sentido mismo de lo que es América. Algo que hace irreconciliables a ambos bandos y asegura la posibilidad de que la confrontación sea real en un futuro no muy lejano.
Si estos libros generaron polémica y debate, fue el asalto del Capitolio del 6 de enero de 2021 lo que realmente hizo posible ver la hipótesis de una guerra civil. La imagen de hordas de seguidores de Donald Trump tomando el Capitolio dejó anonadado al mundo entero. El símbolo de la democracia estadounidense era violado. Según los asaltantes para salvar la democracia, según sus defensores un intento de destruir la máxima institución democrática del país. Norteamericanos contra norteamericanos. Aquel día se hizo verdaderamente real la posibilidad de la guerra civil en los Estados Unidos.
'Civil War' es un espejo de lo que podría significar esa guerra para los norteamericanos. Una advertencia, a menos de seis meses de las que seguramente serán las elecciones más polarizadas y enfrentadas de la historia de los Estados Unidos. La lucha entre demócratas y republicanos será más fratricida que nunca y habrá que ver cómo acepta el resultado el perdedor. Un momento clave de la historia americana, que decidirá el futuro de los Estados Unidos. Un país que ya sabe gracias a la película de Alex Garland lo que le espera si renuncia a estar unido. Ya no podrán decir que no estaban avisados….