- Ante los indicios de una posible invasión de tropas bielorrusas, en alianza con Rusia, las regiones fronterizas de Ucrania aguardan su llegada con misiles antitanque listos, fusiles cargados y barricadas levantadas en todos los accesos.
En la ciudad de Kovel, a 70 kilómetros de la frontera con Bielorrusia en el noroeste del país, una barricada de más de dos metros de sacos de arena, con el cartel Gloria a los héroes, bloquea la entrada Al ayuntamiento, custodiado por varias decenas de reclutas y voluntarios; mientras la gente hace vida normal.
“El pueblo bielorruso no quiere luchar contra nosotros, pero otra cosa es lo que quieren Putin y Lukashenko. Son criminales acostumbrados a matar a disidentes y pegar a manifestantes”, asegura uno de esos uniformados, Alexander Jarkivski, de 52 años, un cabecilla del grupo Aidar, una milicia de voluntarios que nació en 2014 para luchar del lado de Ucrania en el Donbás.
Aunque los bombardeos rusos no han llegado a este punto de la región de Volynia, saben que su amenaza más directa es Bielorrusia, donde hay tanques y aviones rusos apostados, y su suelo ha servido de lanzadera de misiles hacia Ucrania, los últimos el lunes mismo.
La entrada de sus tropas sería solo un paso más en su implicación en esta guerra, asentada en la alianza entre su presidente, Alexander Lukashenko, y el mandatario ruso, Vladímir Putin.
“Tenemos cincuenta furgones cargados de armamento antitanque repartidos en las tres carreteras por las que se puede acceder a Kovel desde Bielorrusia”, cuenta mientras enseña los lanzamisiles RPG7 y los fusiles AK-47 con los que aspiran a frenar una eventual entrada de efectivos. También saca dos granadas de la guantera, las besa y dice entre risas: “Una para Putin y otra para Lukashenko”.
La unidad de la que está a cargo Jarkivski, formada por medio centenar de voluntarios con experiencia militar, está de rotación estos días en Kovel, después de haber combatido en Kiev y doblegado el avance del Ejército ruso hacia la capital.
“Nuestra fuerza es la valentía, junto con las armas occidentales. Esas son las claves de la resistencia ucraniana”, apunta Jarkivski, jugador de póquer profesional que reclama a los “amigos de Ucrania” el envío de más armamento.
Convencido de que “la frontera está bien defendida”, el alcalde de Kovel, Igor Chaika, trabaja para mantener la normalidad en esta ciudad de unos 70.000 habitantes, convertida en lugar de paso de más de 15.000 ucranianos que han huido de las bombas en su camino hacia Europa. Unos 3.000 se han quedado.
“Bielorrusia ha cedido su territorio a Putin para atacarnos. No hay dudas de que es un enemigo”, afirma el alcalde, quien cree que el pueblo bielorruso no es hostil con Ucrania, aunque puede convertirse en “moneda de cambio en el juego de dos dictadores”.
Kovel es un importante nexo ferroviario que conecta directamente Ucrania con Polonia -es la única estación con el ancho de vía adaptado al europeo-, y antes de la guerra también con Bielorrusia. Por ello, es un lugar clave para la entrada por tren de la ayuda humanitaria europea y su posterior distribución a las zonas en la línea de fuego, a donde también envían refuerzos militares por ferrocarril.
Debido a su importancia estratégica, el alcalde opina que un ataque bielorruso “orquestado por Rusia” buscaría cortar esas líneas de suministro hacia Kiev, al margen de reivindicaciones territoriales “sin justificación histórica” en la región de Volynia, cuna del nacionalismo ucraniano, una guerrilla que peleó por la independencia de la extinta Unión Soviética en los años cuarenta.
Bielorrusia. “Tengo miedo y preocupación. Se habla mucho de una posible invasión de Bielorrusia y estamos muy cerca”, apunta Viktor Panasuk, un jubilado de 61 años que lamenta el impacto económico que la guerra ya está teniendo, como la subida de los precios de los productos agrícolas o la imposibilidad de que muchos vecinos del pueblo trabajen en Polonia, un ir y venir muy común en toda Volynia. “Qué podemos esperar de Lukashenko. Él siempre es un peligro”, sentencia.