n "acuerdo del siglo" que no lo fue, un fuerte daño a la imagen de mediador de Washington y una serie de nuevas alianzas regionales es la herencia que deja Donald Trump a Joe Biden en Israel y Palestina. Una herencia que los analistas creen que deberá simultáneamente reparar y capitalizar.
Si la Administración Trump llegó a la Casa Blanca rebozando optimismo frente a una posible resolución del conflicto palestino-israelí, el nuevo Gobierno demócrata lo hará con extrema cautela, consciente de que su antecesor le entrega una cancha embarrada, donde cualquier paso en falso puede acarrear graves consecuencias.
Por un lado, el vinculo entre Washington y la Autoridad Nacional Palestina (ANP) difícilmente podría estar peor y en Ramala esperan ansiosos un guiño de Biden tras su toma de poder. En Israel, por su parte, hay una sensación de fin de fiesta tras la derrota de Trump y las autoridades parecen dispuestas a dar pelea al presidente electo respecto a un posible nuevo acuerdo nuclear con Irán. En el terreno, mientras tanto, la situación no permite imaginar ningún tipo de acercamiento entre unos y otros en el corto o hasta medio plazo.
Los recientes acuerdos de normalización entre Israel y algunos países árabes, sumados a la política poco ortodoxa de Trump en la zona, han sacudido las habituales dinámicas regionales y reconfigurado un escenario geopolítico desgastado y perpetuado por la tozudez de incontables líderes que repiten desde hace décadas los mismos lemas y eslóganes inconducentes.
"Hay una nueva realidad en la región, con la que se puede trabajar y que se puede aprovechar, usándola para romper el estancamiento", opina Dennis Ross, que fue enviado a Oriente Medio de la Casa Blanca durante la presidencia de Bill Clinton y asistente especial del presidente Barack Obama y quien sugiere que posteriores acuerdos como estos deben incluir mayores concesiones de Israel para con los palestinos.
Los Acuerdos de Abraham, que vieron a Israel establecer relaciones diplomáticas con Emiratos Árabes Unidos y Baréin en septiembre y fueron seguidos por similares anuncios con Sudán y Marruecos, implican un cambio de paradigma y rompen con una de las máximas del conflicto: la no normalización de relaciones entre los países árabes e Israel hasta que se resuelva la cuestión palestina.
Según la analista política israelí Dahlia Scheindlin, para poder aprovechar el potencial de estos acuerdos, el nuevo Gobierno estadounidense "debe primero reconocer que estos presentan un riesgo al dejar de lado el problema palestino, y no dejarse llevar por la falsa noción de que contribuirán a la paz al poner a los palestinos contra la pared y en situación de debilidad".
Además de cambiar las reglas del juego en el plano regional, el equipo de Trump también alteró el contexto local. Primero fue el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel y el traslado de la embajada, luego el reconocimiento de soberanía israelí en los Altos del Golán ocupados a Siria, más tarde la postura de que los asentamientos israelíes en Cisjordania no eran incompatibles con la ley internacional y, por último, la divulgación de su hoy frustrado plan de paz, conocido como Paz para la prosperidad, que abría la puerta a la anexión israelí de partes de Cisjordania.
Este escenario plantea importantes desafíos a la nueva gestión estadounidense, para la cual una reversión de estas decisiones podría tener un coste político muy elevado.
"Trump hizo retroceder las condiciones necesarias para cualquier tipo de progreso entre israelíes y palestinos", señala Scheindlin, y ejemplifica con el apalancamiento de los asentamientos y el severo daño a la posibilidad de un Estado Palestino independiente. "Esto será muy difícil de superar porque no es cuestión simplemente de volver a cómo estábamos antes, ya que, siendo honestos, antes de Trump la situación ya iba en esta dirección".
Salem Barahmeh, director del Instituto Palestino para la Diplomacia Pública, argumenta en este sentido que mientras que el nuevo presidente estadounidense "sacará a los palestinos del infierno en que los sumergió Trump" y tendrá una mejor relación con la Autoridad Nacional Palestina (ANP), su llegada a la Casa Blanca no es precisamente una fuente de esperanza de cambio real.
Según él, Biden representa la vuelta a viejos paradigmas que no ofrecen soluciones, que están "diseñados para fallar" y que no hacen más que perpetuar el conflicto.
Los analistas coinciden en que el presidente electo no retrotraerá las controvertidas decisiones de su predecesor, sino que intentará mitigar sus efectos mediante pequeñas medidas, esencialmente de carácter simbólico, como la reapertura del consulado estadounidense en Jerusalén Este, que le permitiría reposicionarse frente al conflicto y comenzar reanimar el vínculo con los palestinos.
Más allá de la contribución de estas pequeñas medidas y la voluntad de cambio que pueda traer consigo la nueva administración, para Ross la región no solo no será prioritaria para la Casa Blanca sino que "las diferencias entre israelíes y palestinos y las circunstancias políticas de uno y otro lado" no permiten siquiera imaginar un escenario en el que una solución o incluso una negociación sea viable.
"Nadie en la Administración Biden cree que la situación actual se presta a una resolución, entonces lo que hay que hacer es modificar las circunstancias para que lo que hoy es imposible pase a ser posible en el futuro", concluye.
Más allá de qué haga con la herencia que recibe y si vuelve o no a las políticas de la era preTrump, lo que queda claro es que Biden deberá manejarse con suma cautela en este campo minado en que se ha convertido el conflicto, en el que parecería tener poco margen de maniobra y más por perder que por ganar.