l 23 de octubre, el político demócrata Bernie Sanders intervenía en el programa The Tonight Show de la cadena estadounidense NBC para hacer una advertencia tras anticipar el futuro, como si de un oráculo se tratara. Con una clarividencia sorprendente, Sanders trasladó su "miedo" por que, diez días después, en la joranda electoral de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, ocurriera lo que acabó aconteciendo.
"Podría pasar que a las 10.00 de la noche Trump esté ganando en Michigan, Wisconsin o Pensilvania y aparezca en televisión diciendo: Americanos, ¡gracias por reelegirme. Está todo dicho. Tengan un buen día. Pero luego, todos estos votos empezarán a contarse. Entonces Trump dirá: ¿Lo ven? ¡Les dije que los votos por correo estaban amañados! No abandonaremos la presidencia". Este augurio de Sanders había quedado en una simple anécdota hasta ayer.
Apenas unas horas después de que se cerraran las urnas, Donald Trump aparecía en escena para ejercer del malo de un guión escrito por Sanders, a vista de los ojipláticos espectadores al otro lado del charco, que convertían en viral la predicción de Sanders. Pero nada más lejos de la realidad, la campaña republicana estaba perfectamente dirigida a que Trump terminara representando el apoteósico final vivido ayer, que amenaza con secuelas, al menos hasta la toma de posesión del próximo 20 de enero.
El inicio de la trama coincidió con el de la camapaña electoral. En la de 2016 ninguna encuesta daba a Trump como vencedor, por lo que no tenía nada que perder y mucho que ganar. Pero, en 2020, su condición de presidente contra todo pronóstico le ponía en una situación bien distinta.
En esta ocasión, asumió desde el minuto cero su derrota e intentó aplazar los comicios del 3 de noviembre por el coronavirus. Como no lo logró, cargó contra la alternativa, el voto por correo. Es ahí donde nació el mantra que ha sonado en todos los mítines republicanos: que las elecciones son un "fraude" demócrata. Incluso con "injerencias chinas", llegó a acusar el presidente.
El 18 de septiembre, la muerte de la veterana jueza progresista Ruth Bader Ginsburg brindó una nueva posibilidad al proyecto derrotista de Trump de cara a los comicios. La vacante que dejó en el Tribunal Supremo ponía en empate el número de magistrados de corte republicano y demócrata en esta institución con cargos vitalicios.
A pesar de que, antes de fallecer, Ginsburg dejó por escrito que no quería que la sustituyeran hasta después de las elecciones, Trump ignoró la petición de la difunta y nombró a la ultraconservadora Amy Coney Barrett, activista contra el aborto y a favor de las armas, como nueva miembro del Tribunal Supremo. De este modo, Trump se aseguró la mayoría de magistrados republicanos.
El último pasaje en el nudo de la particular historia de Trump para aferrarse a la Casa Blanca fue calmar a grupos supremacistas blancos como Proud Boys (Chicos Orgullosos), con sed de sangre por el supuesto "fraude" de la "izquierda comunista", como Trump la llama. Eso sí, su llamada a la tranquilidad el 1 de octubre dejó bastante que desar. El multimillonario se dirigió a ellos como su comandante, ordenándoles "estar a la espera". Pero, ¿de qué?
A medida que se acercaba la fecha señalada, el mandatario desveló la duda con constantes llamadas a sus simpatizantes para que fueran a los centros electorales a "controlar" el fraude de los votantes disidentes con él.
Con la denuncia pública del voto por correo ante su electorado, Trump se había asegurado entre los suyos las papeletas presenciales, las que primero se cuentan. Además, había logrado garantizar un apoyo mayoritario, al menos en principio, del Poder Judicial a la hora de llevar a la práctica esa misma denuncia. Como colofón, había amedrentado al elector demócrata para disuadirlo de acudir a las urnas de manera presencial y que votara por anticipado o enviara sus papeletas por correo, las que se cuentan en último lugar.
Con este panorama, la película estaba clara: Trump empezaría ganando con el voto presencial, Biden remontaría con el postal, y el presidente denunciaría el fraude hasta llegar al Supremo. En definitiva, no es que Bernie Sanders tuviera una bola de cristal, es que, simplemente, el guión de Trump era cristalino. Continuará.