Podríamos hablar de la batalla entre China y los EEUU por el control de la ciencia, la tecnología y las comunicaciones. Esta batalla tiene un alcance que va mucho más allá de lo meramente comercial o económico y se eleva a la seguridad y el poder más duro.

Podríamos hablar del Brexit, cuyo desenlace debe decidirse y aclararse ya, desde luego dentro del próximo año al menos en sus coordenadas más fundamentales, pero que hoy es absolutamente impredecible. Todo es posible: desde la celebración de un nuevo referéndum y la vuelta a la casilla de salida, hasta el Brexit más duro y sin acuerdo. Theresa May está atrapada por el imposible mandato que recibió y por sus propios errores (tácticos y estratégicos) y sus palabras (“no deal is better than a bad deal”).

Podríamos comentar la chapucera y desastrosa política exterior de Trump, al que le dimiten todos los mandos de su gobierno hasta quedar los que son, como él, meros payasos irresponsables. En América Latina podríamos hablar de Brasil, de Nicaragua o de Venezuela. ¿Qué decir de Siria, Sudán del Sur, la República Centroafricana o tantos otros conflictos?

Pero hoy fijaremos la mirada en Rusia. Putin ha celebrado el jueves su multitudinaria y espectacular rueda de prensa de fin de año, ante cientos de periodistas locales que son ya más hooligans que periodistas de verdad (¿quién sería el valiente en sus circunstancias?). El presidente Putin ha querido aprovechar para sacar pecho y hacerse notar.

Rusia es un gran país, desde Europa llega hasta Japón o Alaska, desde el Ártico hasta Asia Central y tiene acceso al Mediterráneo. Rusia ha sido un imperio (aún lo es) y el más temido actor militar y nuclear por decenios Este país tiene por tradición, por carácter y por cultura, necesidad de sentirse considerado, respetado y, me atrevo a decir, temido como potencial global. En el orden mundial de hoy China y los EEUU compiten por el liderazgo económico y tecnológico global; hasta cierto punto incluso Europa procura tener su papel en la gobernanza internacional y no perder al menos su influjo cultural. Sin embargo, Rusia no consigue hacerse un hueco económico, comercial o cultural, ni siquiera sus científicos o tecnólogos son lo que eran (salvo para la guerra, el espionaje, el bioterrorismo y los ciberataques): Rusia es hoy en muchos aspectos una potencia regional, sin duda, pero le cuesta ser reconocido como un referente global. Es lamentable que sus necesidades de ser y sentirse potencia global deban por tanto seguir fundamentándose en aspectos más tradicionales: la fuerza, el ejercito (y su indudable voluntad de emplearlo), su incidencia en conflictos regionales, su control absoluto del ámbito de la antigua Unión Soviética y su rivalidad nuclear con los EEUU.

En ese contexto se entienden las bravatas de Putin de fin de año sobre los riesgos de “una catástrofe nuclear global”: “Si eso ocurre -advierte- podría suponer la destrucción de toda la civilización y ser incluso el fin de nuestro planeta. Espero que la humanidad tenga suficiente sentido común y sentido de autoconservación como para no llevar las cosas a tales extremos”. Yo veo aquí un grito reclamando atención: hacednos caso, somos poderosos, somos temibles.

Al otro lado del viejo tablero de la guerra fría tenemos a un adolescente mental, al que ha abandonado ya todo aquel que tenía un mínimo de criterio en su gobierno, sin otro límite ya que su ignorancia y su ego.