Desde hace miles de años -prácticamente, desde que los aqueos entraron en Grecia- los Balcanes han sido tierra de pasiones, opresiones y escasas razones. Pero ahora y justamente en Kosovo, el territorio de la inquina más sangrienta, está brotando un atisbo de razón para que puedan convivir en paz serbios y albaneses.
Eso es sorprendente en grado sumo porque es en Kosovo -11.000 kilómetros cuadrados, 1.800.000 habitantes e independiente desde el 2008- donde las guerras que acabaron con Yugoslavia a finales del siglo pasado han dejado el mayor pozo de odio e intransigencia. La esencia del conflicto es étnica. La gran mayoría de la población kosovar es albanesa en tanto que la gran potencia cultural, económica y política de la antigua Yugoslavia es Serbia. Y los serbios han sido el gran protagonista de los Balcanes desde que esta parte de Europa se libró del dominio otomano, casi siempre en detrimento de los albaneses. Tanto que incluso ahora Serbia se niega a reconocer (con otros muchos países, entre ellos España) la independencia de Kosovo. Para Belgrado ese territorio sigue siendo una zona autonómica de la República Serbia.
Los vaivenes políticos y bélicos de los Balcanes a lo largo de los siglos han generado infinidad de núcleos étnicos en zonas ajenas y así hoy en día en el norte de Kosovo hay un enclave pasionalmente serbio (Mitrovica) en tanto que en el sureste de Serbia hay una región de mayoría albanesa (Vranje) y patriotismo albanés. En una y otra región -aunque más en Mitrovica-, la población se identifica con el otro país y los respectivos estados patrocinadores de esas minorías las reclaman como propias.
La situación ha generado tensiones y brotes de violencia sin fin con el correspondiente desencuentro diplomático permanente entre Belgrado y Pristina. Pero ahora los gobiernos serbio y kosovar parece que han entrado en razón. Para dulcificar la convivencia y llegar a una normalización del estatuto internacional de Kosovo (que no puede entrar en la ONU ni toda una serie de organizaciones internacionales a causa del bloqueo serbio) están dispuestos a hacer un intercambio de territorios: Mitrovica se volvería serbia y Vranje, kosovar.
Evidentemente, esto es todavía un proyecto. Y si él en sí mismo ya es sorprendente dada la larga inquina serbo-albanesa, más sorprendente aún es que esta buena intención no goce del visto bueno de todo el mundo. Putin no se ha querido pronunciar sobre el tema hasta ahora (y sin el patrocinio ruso, Serbia no dará ningún paso político importante) en tanto que en Berlín se formulan reticencias y más reticencias. Los alemanes temen que un intercambio de territorios como el de Mitrovica por Vranje genere reclamaciones similares en toda la Europa del sudeste, reclamaciones que en los diversos estados de la zona no encontrarían ni de lejos la predisposición positiva para arreglos de sentido común que impera en estos momentos en Belgrado y Pristina.