Los sorprendentes resultados electorales de hace casi ya dos años, que llevaron a la Casa Blanca a un candidato tan pintoresco e inesperado como Donald Trump, se debieron a la fidelidad y entusiasmo de algunas zonas de Estados Unidos que votaron de forma masiva por el magnate neoyorquino que les prometía “devolver la grandeza” a su país y “sanear el pantano” de la corrupción política.
Estos votantes se hallaban -y naturalmente siguen allí- en el centro del país donde, según los sondeos de opinión y los análisis de diversos institutos, la población es mucho más conservadora que en las dos costas norteamericanas y estaba indignada con el progresismo social que durante decenios han estado imponiendo las élites políticas intelectuales.
Pero ahora, un año y medio ya dentro de la presidencia de Donald Trump, los que votaron por él siguen viviendo en el mismo lugar, pero quizá empiezan a pensar de otra manera. No es porque se hayan cansado de la vulgaridad de su presidente o decepcionado porque no haya cumplido con sus promesas, sino porque los métodos de crecimiento aplicados ya no les resultan tan rentables como creían.
Se trata del llamado mid West, el centro agrícola de Estados Unidos, por el que se pueden recorrer horas y más horas carreteras rectilíneas que cruzan interminables campos de maíz y soja, cultivos que, a su vez, pueden alimentar a millones de personas en el todo el mundo? y rellenar los cofres de los campesinos.
Estos campesinos, más bien grandes empresarios agrícolas, teóricamente tan conservadores, votaron en masa por dos veces consecutivas en favor del demócrata Barak Obama, y no era precisamente por su agenda de reformas sociales, sino porque su política medio ambiental convirtió a Estados Unido en el país que mayor porcentaje de etanol -obtenido del maíz- tiene en el combustible que utilizan los millones de vehículos que circulan por sus carreteras. Otro tanto ocurre con el biodiésel, aunque en este caso no utilice el etanol derivado del maiz, sino de la soja.
Durante la campaña electoral, el presidente Trump habló de mejorar las condiciones del comercio internacional, que no consideraba suficientemente favorables para Estados Unidos, algo que los agricultores seguramente entendieron como medidas para proteger sus exportaciones, perjudicadas en muchos casos por la oposición internacional a las cosechas con modificaciones genéticas. Ahora, con la decisión de la Casa Blanca de reducir los controles medio ambientales, se reduce o desaparece la obligación de incluir el etanol en la gasolina, o de sustituir el diésel tradicional por el biológico producido con soja. De esta forma, los productores de soja y de maíz se enfrentan a la perspectiva de enormes superávits, pues es muy probable que baje el uso del etanol y del biodiésel, ambos perjudiciales para la salud de los motores, según las quejas de muchos usuarios.
Para empeorar las perspectivas del campo norteamericano, están las batallas comerciales con China, el principal comprador de soja para satisfacer la enorme demanda de su mercado. Es cierto que en estos momentos no hay ningún país del mundo capaz de suplir la capacidad de suministro norteamericana, pero también lo es que si hay garantías de venta podrían aumentar los suministros de otros lugares, empezando con el Brasil.
Trump ha intentado poner coto a las reticencias campesinas con unos subsidios de 12.000 millones de dólares para el sector agrícola, pero en el contexto de la producción norteamericana de 60.000 millones de litros anuales de etanol y casi 9.000 millones de biodiésel, probablemente no basta para tranquilizar a los productores.
Es pronto para saber cuál será la reacción electoral del empresario agrícola, pues faltan 26 meses para las elecciones presidenciales, pero es posible que ya veamos algún reflejo en las próximas elecciones legislativas, donde los republicanos que apoyan a Trump se ven amenazados por la inquietud que despiertan sus políticas comerciales y medio ambientales. Si se alejasen de su presidente podrían encontrarse en tierra de nadie, con la competencia de candidatos demócratas que prometan volver a la era dorada de un consumo garantizado por las leyes de protección ambiental.
Y así, Donald Trump podría descubrir que el fervor de sus seguidores no era producto del amor ideológico sino del interés pecuniario y, como un matrimonio de conveniencia que ya no interesa, también este acabará en un divorcio dictado por las urnas.