Es sabido que las noticias malas tienen más eco que las buenas y que el conflicto vende más que la paz. Esto tiene un coste alto. Por una lado puede generar en el ciudadano la impresión de que todo va a peor, puesto que los datos sobre las millones de personas que salen del hambre y la pobreza o tienen acceso al agua potable o a la educación no son noticias. Por otro lado puede convertirnos en descreídos de las instituciones internacionales que siempre aparecen como inoperantes y caras. Pero es bueno que, además de recoger violencias y tragedias, nos paremos de vez en cuando a estudiar los acuerdos y las paces cuando las haya. Y esta semana ha habido una noticia de este tipo por la que hemos pasado de puntillas: el acuerdo entre Grecia y Macedonia sobre el nombre de esta última.

¿Le parece a usted un asunto menor? Pues si quiere podemos repasar las guerras habidas en los últimos 50 años por razones inicialmente menores. El caso es que desde su independencia en 1991, la República -que fuera yugoslava- de Macedonia ha vivido en muy tenso conflicto son su vecina Grecia por su denominación. Para los griegos ese nombre remite al territorio de la Macedonia clásica, en Grecia, y a su historia y a sus gentes: a Filipo y sus falanges, al gran Alejandro y a su maestro Aristóteles, todos tan griegos como Pericles y el Partenón. Grecia no podía permitir que otro país le robara el nombre de una de sus más clásicas regiones.

Las Naciones Unidas han mediado en este conflicto desde el principio. Se lograron inicialmente acuerdos sobre la bandera (que remitía originalmente a un símbolo de Filipo). Y ya durante todo este año el enviado especial de las Naciones Unidas, el jurista demócrata judio-norteamericano Matthew Nimetz, veterano alto funcionario de las administración Carter y Clinton, ha estado negociando y acercando posiciones para finalmente llegar a un acuerdo: el país se denominará República de Macedonia del Norte.

Queda mucho camino por delante. El acuerdo deberá ser refrendado por los parlamentos de ambos países y posteriormente pasará por un referéndum en Macedonia (del Norte). En ambos países hay potentes sensibilidades nacionalistas que se niegan a cualquier acuerdo, a cualquier negociación. En estos tiempos de populismo nada podemos dar por seguro y quizá el proceso encalle. Pero hoy toca celebrar que hay acuerdo entre ambos gobiernos.

“No podemos cambiar nuestra geografía o nuestra historia. Pero podemos dar forma a nuestro futuro. ¡Y será un futuro europeo común de respeto mutuo, comprensión y amistad!”, ha tuiteado el ministro de Exteriores macedonio. La clave europea no es menor:

Macedonia se juego el acceso a la Unión Europea que resultaría imposible con el veto de un país miembro, como es Grecia. Sí, la Unión Europea sigue, con todas sus limitaciones y problemas, siendo un agente de paz interno e internacional. Sin duda Filipo habría resuelto el asunto de forma más rápida, pero afortunadamente en Europa esos métodos no son ya aceptables para resolver nuestras diferencias.

Por cierto, a los más cínicos en sus críticas contra el monstruo burocrático que es la ONU les regalo un dato: el enviado especial de la ONU, el citado Nimetz, jurista con sobradas medallas profesionales y mil bien pagadas ofertas, lleva varios años colaborando con las Naciones Unidas, invirtiendo miles de horas de duro trabajo, a cambio de un salario de? Un dólar anual.