esta semana se ha celebrado en Londres la Cumbre de jefes de Gobierno de los países de la Commomnwealth. Esta organización internacional une a 53 países de los cinco continentes que comparten, casi todos, un pasado de lazos coloniales con el Reino Unido. En total ocupan un cuarto de la superficie terrestre y tienen un tercio de la población mundial. La mayor parte de estos países mantienen una lengua administrativa u oficial común, el inglés, aunque son con frecuencia países con una gran diversidad lingüística (en la India, por ejemplo, se calculan 1635 lenguas) y hay alguno con lengua colonial diferente (Mozambique, cuya lengua oficial es el portugués, aunque de nuevo con una gran riqueza lingüística).
Esta Cumbre se celebraba ya con viejo sabor colonial en tiempos de Churchill, pero ha venido poco a poco actualizándose. La cita en esta ocasión tiene un alcance diferente. Es la primera Cumbre de la era del Brexit y eso marca.
Hay quienes ante el vértigo del aislamiento buscan en la Commonwealth esa alianza de gran potencial económico y político (India, Canadá o Australia no son países menores) que permitiría al Reino Unido recuperar posición internacional. Pero este plan es un espejismo, puesto que las situaciones de estos países son tan diferentes que armonizarlas es tarea imposible. El más intrincado de los laberintos bruselenses de los que se huye parecería en comparación sencillo y eficiente. Además, cada uno de estos Estados tiene sus propios intereses en otras áreas y alianzas. Como puerta de salida al chasco del Brexit sirve poco.
Los británicos han preparado una Cumbre que busca un futuro común (Towards a Common Future) y eso pasa por introducir nuevos y ambiciosos objetivos: aumentar la prosperidad por medio del comercio; aumentar la seguridad con una lucha contra el terrorismo y otras amenazas; promover la democracia y los derechos humanos; y reforzar las políticas relativas al cambio climático (hay países, los insulares por ejemplo, con enorme vulnerabilidad ante este fenómeno).
Algunos activistas han conseguido que tanto el Ministro de Exteriores, Boris Johnson, como el príncipe Guillermo se comprometan a que esta Cumbre marque un punto de inflexión en la lucha contra la discriminación de los homosexuales, que están perseguidos en muchos países de esta alianza (recordemos el último Premio René Cassin entregado por el Lehendakari a las organizaciones que trabajan en Uganda, país miembro de la Commonwealth, contra esta lacra que sufre la población LGTBI).
Bill Gates se ha sumado poniendo sobre la mesa 1.000 millones de dólares para la lucha contra la malaria. Grandes y exitosos pasos se han dado en la lucha contra esta enfermedad en los últimos 20 años, con una reducción de más del 60% de las muertes (el papel de la Fundación Bill y Melinda Gates ha sido clave), pero cada nuevo paso hasta la erradicación final cuesta más y los avances, si no hay más financiación, parecen estancarse.
Malala ha celebrado que en esta Cumbre los británicos hayan hecho suyo el objetivo propuesto por su Fundación de que todos los niños y niñas de la Commonwealth puedan disfrutar de 12 años de escolaridad gratuita y de calidad.
Nombres ilustres y objetivos ambiciosos. Para hacer esta Cumbre solemnemente histórica, el príncipe Carlos ha sido nombrado como cabeza de la Commonwealth tras 65 años de liderazgo de la reina Isabel. ¿Es el primer paso hacia una abdicación por etapas que culminaría cuando la reina cumpla los 95, en tres años? El tiempo -y la reina- lo dirán.