Irlanda del Norte celebra mañana el 20 aniversario del acuerdo del Viernes Santo, que puso fin al conflicto y lanzó un exitoso proceso de paz, marcado ahora por la ausencia durante más de un año de un Gobierno de poder compartido entre protestantes y católicos y las incertidumbres del Brexit. Belfast será el centro de los eventos programados para recordar las frenéticas jornadas de la Semana Santa de 1998, con presencia de protagonistas como el expresidente Bill Clinton y el exsenador estadounidense George Mitchell, mediador de aquellas históricas negociaciones entre los partidos norirlandeses y los Gobiernos de Londres y Dublín. Mitchell redactó el último borrador del acuerdo de paz finalmente aceptado por las formaciones políticas el Viernes Santo, después de las decisivas intervenciones telefónicas de Clinton desde Washington y el infatigable trabajo sobre el terreno del entonces primer ministro británico Tony Blair y su colega irlandés Bertie Ahern.

Tras meses de interminables e improductivas conversaciones, el exsenador había fijado el Jueves Santo como fecha límite para lograr un pacto, pero la falta de avances obligó a Blair a viajar a Belfast el martes para tratar de desbloquear la situación desde una sala habilitada en Stormont, sede del Parlamento norirlandés, de la que solamente salió una vez en tres días y donde, dicen, sobrevivió a base de bocadillos y chocolate.

Ahern, por su parte, acababa de perder a su madre el Domingo de Ramos y durante los días siguientes se trasladó de Dublín a Belfast en helicóptero para participar en las negociaciones y, al mismo, tiempo, asistir a las exequias de su republicana progenitora, quien todavía le decía a su hijo “no te fíes de los británicos”, según recordaba recientemente. El texto del acuerdo era una complejísima hoja de ruta para la paz, que abordaba las raíces del conflicto norirlandés; el terrorismo paramilitar y la violencia del Estado; la amnistía de prisioneros y el dolor de las víctimas; así como cientos de años de tensiones entre Irlanda y el Reino Unido.

Sin el compromiso de Blair, Ahern, Mitchell, Clinton o de la ministra británica para Irlanda del Norte, la siempre optimista Mo Mowlam, hubiese sido imposible que políticos como David Trimble, líder del entonces mayoritario Partido Unionista del Ulster (UUP), aceptara la posición del Sinn Féin y su brazo armado, el Ejército Republicano Irlandés (IRA). Entre otras cuestiones, Gerry Adams y su número dos, Martin McGuinness, habían recalcado que la guerra terminó y que el IRA entregaría sus armas después del acuerdo y la formación de un Gobierno de poder compartido, al que seguiría la puesta en libertad de paramilitares.

La ausencia de un proceso de desarme previo llevó al Partido Democrático Unionista (DUP) del reverendo Ian Paisley a boicotear las negociaciones de paz y rechazar el acuerdo del Viernes Santo. De hecho, el IRA efectuó su última entrega de armas en 2005 y el Sinn Féin no reconoció públicamente la autoridad de la Justicia y de la reformada Policía norirlandesa hasta 2007, cuando estos retrasos ya habían provocado la caída de Trimble como ministro principal y del Ejecutivo autónomo en 2002.

Durante las conversaciones, Adams y McGuinness necesitaban obtener concesiones para evitar una gran escisión en el IRA, al que debían “vender” un acuerdo que dejara la puerta abierta a la unificación de Irlanda, aunque siempre con el consenso de la comunidad unionista y a través de medios exclusivamente pacíficos y democráticos. Ambos dirigentes habían asumido ya esa tesis desde hacía tiempo, cuando Adams y John Hume, líder del Partido Socialdemocráta Laborista (SDLP, nacionalista moderado) iniciaron un diálogo secreto para acabar con el conflicto en 1988. Diez años más tarde, el SDLP y el UUP, principales representantes de sus comunidades, anunciaban que había acuerdo, pero Trimble reculó después y pidió a Blair más garantías sobre el desarme. El primer ministro se las dio e instó también a Clinton a que cogiera el teléfono para persuadirle con una llamada a las 16.19 GMT, tras la cual Trimble regresó a la mesa de negociación con el “sí” bajo el brazo.

Era el fin del conflicto y el comienzo de un complicado proceso político no exento de obstáculos, como los que plantea ahora la disputa entre el DUP y el Sinn Féin, los dos grandes partidos norirlandeses, cuyas diferencias mantienen suspendido desde enero de 2017 el Ejecutivo autónomo. También la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) amenaza con restablecer una frontera estricta en Irlanda del Norte, cuya desaparición con el proceso de paz ha traído prosperidad y ha ayudado a la reconciliación en la isla.