Harare - Cuando el presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, destituyó a su vicepresidente Emmerson Mnangagwa para favorecer las ambiciones de poder de la primera dama, Grace Mugabe, olvidó que el sigilo y los ataques por sorpresa contra oponentes políticos le valieron a su antiguo aliado el apodo de Cocodrilo. En su única comunicación desde que fue cesado, Mnangagwa prometió que regresaría de su exilio en Sudáfrica para “volver a controlar los resortes de nuestros bellos partido y país” y los militares le han hecho el trabajo sucio: deshacerse de los Mugabe para que su partido, la Unión Nacional Africana de Zimbabue-Frente Patriótico (ZANU-PF) lo nombre nuevo líder.

Desde aquel comunicado no se ha vuelto a saber nada del político, de 75 años, un veterano de la guerra de liberación que desarrolló fuertes lazos con el Ejército durante su etapa al frente del Ministerio de Defensa. Aunque ahora es visto como el salvador de la democracia, Mnangagwa tiene un pasado oscuro: como ministro de Seguridad tras la independencia en 1980 jugó un papel clave en la matanza de más de 20.000 miembros de la etnia Ndebele. - O. Matthews