El ganador de las últimas elecciones austriacas, Sebastián Kurz, es poco menos que el niño prodigio de la política europea: secretario de Estado con 24 años; ministro federal, con 27, jefe de partido -el conservador ÖVP, Partido Popular Austriaco-, con 30 y jefe de Gobierno federal, con 31. Antes, y como cargos menores, se calzó la jefatura de los jóvenes del ÖVP y un escaño en el Parlamento nacional.
Si se mira bien su currículum, uno ha de cambiar lo de niño prodigio por “fenómeno político”. Porque este mozalbete ha culminado su ascenso político antes que su carrera de Derecho (le falta aprobar 2 asignaturas y la licenciatura) y lo ha hecho a galope, llevando la contraria a todo el mundo. Bueno, a todo el mundo menos a su mentor, el anterior jefe del ÖVP-Michael Spindelegger-, quien confió tanto en Kurz que no dudó ni un momento en confiarle una cartera ministerial ni tampoco en cederle las riendas del ÖVP.
Y Kurz, que es todo lo contrario de lo que dice su apellido (en alemán kurz significa corto), comenzó su fulgurante carrera llevando la contraria a tirios y troyanos. Reformó su partido tanto en las estructuras como en el ideario, apostó antes que nadie en el Olimpo político austriaco por una actitud contraria al alud de fugitivos. Su desbordante confianza en sí mismo -superada solo por su ambición- le llevó también a desarrollar una campaña electoral para la cancillería federal, una campaña tan original que llamarla heterodoxa suena casi a burla pacata.
Lo más sorprendente en la biografía política de Kurz es que nada en su vida permitía presagiar la arrolladora carrera que ha tenido. Nació en un ambiente casi apolítico -padre ingeniero y madre secretaria- en un barrio de clase media baja de Viena (Wien-Meidling) y en el colegio donde cursó la Enseñanza Media lo único eventualmente político que se recuerda de él es su gran talento retórico y la nula simpatía que sentía por los refugiados y fugitivos que se precipitaban sobre Europa Central en pos de una vida más fácil. Y en Austria eso no es una singularidad ya que la xenofobia tiene un largo historial y un fuerte arraigo.