Kabul - La capital afgana volvió ayer a ser escenario de un atentado suicida de los talibanes con la explosión de un vehículo cargado de explosivos contra funcionarios del Gobierno afgano, que causó al menos 31 civiles muertos y cerca de 40 heridos, en un momento de recrudecimiento del conflicto. Casi dos meses después del ataque con un camión cargado de explosivos que dejó 150 muertos y más de 300 heridos, en el peor atentado desde 2001, ayer las escenas de víctimas entre vehículos calcinados y edificios duramente golpeados se produjeron en un barrio residencial del oeste de la capital afgana.
Poco antes de las 7.00 hora local (2.30 GMT), un ataque suicida hacía blanco en un autobús que transportaba a funcionarios del Ministerio afgano de Minas y Petróleo, afirmó a Efe el portavoz de la Policía de Kabul, Basir Mujahid. “Entre los muertos y heridos hay funcionarios del Ministerio de Minas y civiles, entre ellos tenderos y aquéllos que se dirigían a sus puestos de trabajo”, aseguró el portavoz policial, que aclaró que “entre las víctimas no hay fuerzas de seguridad”.
De acuerdo con el coordinador de Víctimas del Ministerio de Salud Pública, Baz Muhammad Shirzad, la explosión causó 31 muertos. La mitad de los fallecidos, de los que al menos tres son mujeres, quedaron completamente calcinados y su identificación está resultando difícil para las autoridades. “De esos cadáveres gravemente quemados algunos han sido ya identificados pero todavía estamos trabajando para identificar a los siete cuerpos restantes, ni siquiera sabemos si son adultos o niños”, afirmó el coordinador.
Tanto el presidente afgano, Ashraf Gani, como el jefe del Ejecutivo del país, Abdulá Abdulá, condenaron “enérgicamente” el atentado contra los “funcionarios” del Gobierno, de acuerdo con varios mensajes publicados en sus cuentas oficiales de Twitter. “Atacar a civiles muestra las debilidades de los grupos terroristas”, sentenció Gani.
Los talibanes reivindicaron la autoría del atentado asegurando que el objetivo del ataque, “con un coche repleto de potentes explosivos”, eran dos microbuses con “interrogadores” de los servicios de inteligencia afganos. “Esos dos microbuses llevaban dos meses bajo vigilancia y fueron atacados después de que hubieran recogido a todos los pasajeros”, indicó el portavoz del grupo insurgente Zabihullah Mujahid, que agregó que los vehículos se dirigían a la sede de los servicios de inteligencia en la capital afgana. Según el portavoz, en el ataque murieron 37 de los funcionarios, que mostraban un “comportamiento cruel” durante los interrogatorios de los prisioneros, en su mayoría talibanes, y se trató de una venganza por las torturas. Sin embargo, la agencia de inteligencia Directorio Nacional de Seguridad (NDS) rechazó la versión de los talibanes, al afirmar que ese departamento “no utiliza autobuses para transportar a sus empleados”.
Este es el atentado más grave en Kabul desde el del pasado 31 de mayo, cuando un camión cargado de explosivos detonó creando el ataque más sangriento desde el inicio de la invasión estadounidense en Afganistán en 2001. Aunque ningún grupo reivindicó ese ataque, la NDS responsabilizó entonces a la red Haqqani, ligada a los talibanes, al afirmar que contó con “dirección y cooperación directa de la Agencia de Espionaje de Pakistán ISI”, lo que negó Islamabad.
La misión de la ONU en Afganistán anunció la semana pasada que el conflicto marcó un nuevo récord de muertes de civiles, con 1.662 fallecidos en los primeros seis meses del año, un 2% más que en 2016, incluido un aumento de decesos de niños y de mujeres del 9% y 23%, respectivamente.