Barcelona - Agus Morales quería escribir un libro sobre refugiados, contar historias sobre esas personas que huyen de la guerra, de la persecución política y la tortura. De Sudán del Sur, de Siria, de Honduras, de Somalia. De Afganistán, de el Congo. Después de hacer más de 200 entrevistas y de recorrer 17 países, el periodista concluye que las personas que tienen que huir de la barbarie son, en realidad, personas sin refugio, que vagan hacia ninguna parte, jugándose la vida para poder salir de lo que fue su hogar y ya es infierno.

“No somos refugiados”.

-Refugiado es una palabra de consumo occidental. El maestro de Sudán del Sur que conocí en Malakal, era un desplazado, no había salido de su país, por lo tanto no era un refugiado; incluso las personas que habían recibido el asilo, no se sentían refugiadas. El título del libro es la frase de un empresario de Alepo que en el puerto de Lesbos me dice que su fábrica es tan grande como ese puerto. Lo que quiso decir es: “No somos pobres, no somos parte de esa masa que intenta llegar a Europa”. El título intenta afirmar también que el sistema internacional de asilo es un fracaso.

Difiere mucho de la definición histórica de la palabra.

-La agencia de Europa para los refugiados se creó para proteger a europeos en el contexto de la II Guerra Mundial. Ahora que las guerras se han deslocalizado y afectan, sobre todo, a países pobres, no tenemos tan claro que se deba ofrecer esa protección. El 86% de los refugiados del mundo están en países en vías de desarrollo.

Si algo tiene el libro además de relatos e información, son preguntas.

-Y no tengo las respuestas. Quería trasladar mis conflictos internos a los lectores.

Describe todo lo que rodea a una persona en esta situación.

-En este tema es peligroso el egoísmo compasivo, la idea de que los refugiados son una gran masa de personas vulnerables que necesitan nuestra ayuda. Están en una situación límite, es cierto, pero al darles la misma personalidad lo que hacemos es despojarles de su humanidad. Son personas perfectamente conscientes de sus derechos, que se autogestionan. Por eso quería trazar de manera más compleja a estas personas que huyen de la violencia, porque lo que hacemos muchas veces es sustituir a la persona por la herida; nos centramos en la experiencia traumática del refugiado y no explicamos toda su dimensión.

En su libro lo hace. No solo describe el momento traumático, sino su vida de ahora. Hay un seguimiento.

-Es fundamental el reencuentro con ellos, porque te ayuda a trazar una línea de tiempo. Al final si basamos todo lo que contamos en una conversación de 15 minutos no tiene sentido. Además, las personas se van abriendo poco a poco. En el libro expreso mi frustración en algunos casos porque no he podido mantener el contacto con algunos, porque el número que tenían esas personas ya no funciona o no he logrado mantener e contacto a través del correo electrónico o Facebook. La vida de un refugiado puede ser muy aburrida, es burocrática, desesperante. Porque además de las historias de guerra, también es parte de esa dimensión un refugiado fotógrafo que manipula las imágenes con Photoshop para que la gente piense que están en París o Dubai.

Sorprende que el primer capítulo sea sobre la muerte de Osama Bin Laden.

-Escogí este capítulo porque fue justo el año en el cual empezaron las Primaveras árabes -que ya ni siquiera se habla de Al Qaeda solo de Estado Islámico-, y de fondo había una población que ha sufrido muchísimo las últimas tres décadas que es la afgana y la paquistaní. Ahora mismo la imagen que tenemos de los refugiados son de personas sirias. Y quería empezar con esa zona del mundo porque Afganistán fue la primera gran guerra del siglo XXI y fue una de las coberturas más importantes que hice al principio de mi carrera.

La estructura de este libro describe el camino de los refugiados.

-El libro intenta hacer una especie de ruta para seguir a estas personas. La primera fase son los orígenes, las guerras. Incluyo la primera gran guerra del siglo XXI que es Afganistán y Pakistán; Siria, que es la peor guerra de este siglo, y una guerra obviada de África que es Sudán del Sur. En la segunda fase, exploro las huidas, que son historias personales: una afgana que ha llegado a Turquía con una historia de persecución religiosa de por medio, dos adolescentes sirias víctimas de guerra y también dos mujeres y un hombre de República Democrática del Congo, que están huyendo de los ataques de milicias. La tercera fase son los campamentos y después, las rutas. En este capítulo, por ejemplo, hablo sobre la ruta Libia-Italia que es la más mortífera del mundo. Por último, están los destinos.

La idea que parece que impera es el deseo de parar esas guerras no para evitar muertes, sino para que dejen de venir aquí.

-Una idea muy extendida es la idea humanitaria o también la cooperación y el desarrollo con el objetivo de que nadie se mueva de un país, de que no haya migración. Creo que esto es muy peligroso porque es un tipo de ayuda que se hace pensando en uno mismo. Al final, la ayuda humanitaria tiene que centrarse en las personas que asiste y darles lo que necesitan.

Además de los refugiados, están los desplazados internos.

-Ahora decimos muy a menudo que estamos en el momento con más personas desplazadas a causa de la violencia desde la Segunda Guerra Mundial. Y, en realidad, la mayoría son desplazados internos. Es decir, no son personas que han salido de su país, son personas que continúan dentro de sus fronteras. Estas no tienen protección internacional y en muchas ocasiones las organizaciones de ayuda humanitaria lo tienen muy difícil para acceder a ellas. Son los grandes olvidados, son los que viven en Sudán del Sur, en República Centroafricana, en Yemen, en Colombia...

Su libro también aborda la problemática de los campos.

-Son un parche porque pueden ser una buena solución a corto plazo. Cuando hay un conflicto armado y las personas huyen, puede ser útil para hacerles llegar la ayuda humanitaria de la forma más efectiva posible. Pero a largo plazo no es un lugar para vivir, allí no se respeta su dignidad. Es un lugar que está plagado de incertidumbre, puede haber incluso problemas entre las comunidades.

A veces incluso se convierten en una ciudad-refugio.

-Es muy común que se conviertan en ciudades con sus comercios, peluquerías... Eso habla también de la vitalidad de esas personas que no se conforman con vivir en un campo durante años sino que empiezan a crear una ciudad. Como el campo de Zatari, en Jordania, que a una avenida le han llamado Campos Elíseos.

En su libro está presente la población centroamericana, no tan mencionada.

-Ellos están huyendo de la violencia de las pandillas; huyen de Honduras y El Salvador. Quería incluir la ruta a Estados Unidos porque no es tan diferente a lo que está pasando en Europa. Estados Unidos lo que hace es externalizar su frontera y que sea México quien deporte a los centroamericanos. Eso ya lo está haciendo; México ya está deportando más que Estados Unidos.

El mundo se llena de guerras.

-No es un mundo donde triunfa la guerra, es un mundo donde fracasa la paz. Es importante el matiz porque existe el consenso, en mi opinión equivocado, de que cada vez hay más guerras. No es tanto eso, sino que hay conflictos que no se cierran y se van acumulando las heridas, y eso explica que estemos en un momento con más personas desplazadas por la violencia. El fracaso de los procesos de paz es clave para entender por qué hay tantas personas que necesitan protección internacional.