Cecilia Campos se levantaba a las tres de la mañana para realizar las tareas del hogar y a las seis se ponía a bordar hasta que caía la noche. Así durante 18 años, sin días libres ni vacaciones y por unos 80 dólares al mes. Esta salvadoreña de 42 años y madre de tres hijos formaba parte de ese millar de mujeres que bordan en sus domicilios para las maquilas del país centroamericano sin contrato ni salario digno. No hay cifras oficiales ni registro alguno de estas trabajadoras. Su trabajo es en la clandestinidad, explotadas por las empresas y desprotegidas por el Estado. “No tenemos vacaciones ni días de descanso porque nos pagan tan barato la pieza que nos forzamos para sacar un poco más de trabajo para sobrevivir”, cuenta Cecilia por teléfono desde El Salvador. Las empresas les pagan entre 1,5 y 2 dólares la pieza. Si esta tiene una mayor dificultad, pueden tardar hasta 16 horas en terminarla. “Yo trataba de bordar dos piezas al día, a veces trabajaba hasta las 12 de la noche. Por eso, una, como madre, termina sometiendo a los hijos a que la ayuden a hacer el trabajo, para sacar un poquito más de dinero. Mis tres hijos, dos chicos y una chica, saben todos bordar”, explica la mujer.
Y es que ahora, Cecilia ha logrado dejar el hilo y la aguja para dedicarse a luchar por los derechos laborales de las bordadoras salvadoreñas como activista en Mujeres Transformando, la ONG que ha dado visibilidad a la labor de estas mujeres y sus condiciones de explotación. Enfermedades como tendinitis de hombro y osteoartritis cervical, lumbalgia y déficit visual son comunes en estas mujeres tras años de duro trabajo, en muchas ocasiones, a la luz de la candela. “Una compañera que perdió visión por el trabajo le dijo a la empresaria que ya no podía trabajar y esta le contestó que entonces lo hicieran sus hijas”, asegura Cecilia, quien denuncia el futuro incierto de las bordadoras a domicilio. “No nos queda pensión ni nada”, sostiene.
Cecilia organiza talleres con mujeres bordadoras para darles a conocer sus derechos, sin embargo, son muchas las que no acuden ni reclaman a los empresarios por miedo a quedarse sin trabajo. “A muchas sus esposos no las dejan que se reúnan”, lamenta.
Una investigación realizada por Mujeres Transformando identificó a siete empresas de capital salvadoreño que emplean a estas bordadoras, casi exclusivamente de zonas rurales. Cada ocho días, un representante de la empresa se desplaza hasta sus cantones para recibir las piezas, pagarles y encargar nuevos diseños. En la empresa trabajan oficialmente unas ocho o nueve personas, que se encargan de hacer los diseños, del etiquetado posterior, etc. La mayor parte del trabajo lo hacen cientos de mujeres desde sus domicilios, corriendo ellas mismas con los gastos de luz que genera su labor. “Toda esta ropa se exporta después a Estados Unidos. Descubrimos una tienda muy cara en San Francisco, Saks Avenue se llama, en donde el vestido que estas mujeres elaboran cuesta 120 dólares. En oferta, unos 80 o 90 dólares”, explica Moly Sánchez, abogada de la ONG salvadoreña.
Las maquilas Las bordadoras a domicilio son el eslabón más vulnerable de un sistema de explotación laboral basado en mano de obra barata en países en desarrollo, beneficios fiscales para las empresas y cuantiosas ganancias para grandes marcas textiles. Las maquilas se han convertido en una salida laboral formal para miles de salvadoreñas y centroamericanas. Con contrato y seguro social, pero no por ello menos explotadas. Así como ocurrió en México a partir de 1994, “el tratado de libre comercio preparó el camino para que estas fábricas se fueran a instalar en El Salvador a costa de la explotación”, señala Moly Sánchez. Actualmente existen en el país 219 maquilas que se agrupan en 17 Zonas Francas y emplean a 81.000 personas, el 90% mujeres. La mayoría son empresas textiles.
“En una misma maquila, las mujeres pueden estar produciendo para diferentes marcas, como son Nike, Puma, Adidas, Northface, Gap, Reebok”, señala Palacios. El salario medio suele rondar los 210 dólares al mes, un dinero que solo cubre el 34% de la canasta básica. “El código de trabajo establece ocho horas diarias, pero en las maquilas se trabaja por metas de producción, por ejemplo, 250 camisas en una hora. La mayoría de las veces, la empresa impone las horas extra”, explica Ingrid Palacios, portavoz de Mujeres Transformando. “El beneficio de venirse a Centroamérica es la mano de obra barata, pocas prestaciones laborales o ninguna y ganancias millonarias”, concluye Palacios.
Las violaciones de sus derechos laborales son extensas. Un ejemplo: a las embarazadas no les permiten ausentarse para asistir a sus citas con el médico. Asimismo, ante la presión de no cumplir las metas de producción, las trabajadoras utilizan estrategias para “ahorrar tiempo” que violan los mínimos niveles de dignidad en el trabajo. Según datos de Oxfam, en Honduras, un 79% no se levanta de su puesto de trabajo; un 71% llega antes de la hora de inicio del turno para adelantar trabajo, un 58% no se comunica con ningún compañero o compañera, un 46% reduce el tiempo dedicado al almuerzo y un 40% no toma agua para no ir al baño y así poder cumplir la meta.
“A pesar de lo arduo de su tarea diaria, el salario percibido por la mujer en la maquila no permite hacer frente a las necesidades de alimentación de su familia. Está sometida a metas de producción cada vez más exigentes y discrecionales, de las que depende en teoría el aumento de su bajo salario, y cuyo cumplimiento en muchas ocasiones hipoteca de por vida su salud”, señala Oxfam en el informe Derechos que penden de un hilo.
Según el documento, se estima que en el mundo hay unas 2.000 Zonas Económicas Especiales que emplean a más de 27 millones de personas. Las mujeres constituyen más del 50% y, en algunos casos, el 90%. La industria textil, de la confección de prendas de vestir y la fabricación de productos electrónicos se han convertido en negocios muy cimentados en el uso intensivo de estas zonas. Según Oxfam, unas 263.000 mujeres trabajan en maquilas dedicadas a la industria textil en Centroamérica. Estas suelen tener entre 18 y 35 años -existe una regla no escrita de no contratar a mujeres mayores de 35 años-, con un nivel de escolaridad bajo, son madres -en muchas ocasiones solteras- y de zonas rurales.
Beneficios fiscales Cerca del 80% de la industria maquiladora de Centroamérica está vinculada a la rama textil, cuya producción se exporta en gran medida a Estados Unidos debido, en gran parte, al impulso de las preferencias arancelarias y los acuerdos bilaterales entre Estados Unidos y cada uno de los países centroamericanos. Según Oxfam, “el régimen de maquilas y Zonas Francas representó aproximadamente el 51% y el 60% de las exportaciones totales dirigidas a Estados Unidos de El Salvador y Guatemala, respectivamente, en el periodo 2006-2012.
En ambos países existe una ley de Zonas Francas, gracias a la cual las empresas gozan de una exoneración del Impuesto sobre la Renta por diez años, exoneración total de los derechos arancelarios e impuestos a la importación, incluido el IVA de maquinarias, equipos, partes, componentes y accesorios necesarios para el proceso productivo. Todo un entramado preparado para que haya un beneficiado: las empresas.