París - La guerra desatada en la familia Le Pen, alma de la ultraderecha francesa, amenaza con fragmentar al Frente Nacional (FN) y dañar sus perspectivas electorales, aunque no son pocos quienes piensan que podría contribuir a liberar al partido de su pasado más oscuro. Marine Le Pen gobierna desde 2011 con puño de hierro el Frente, al que ha conseguido convertir en una opción política a la altura de los partidos conservador y socialista, rompiendo de facto el bipartidismo tradicional francés.

Mientras Marine consolidaba lo que en Francia se ha llamado “desdemonización” del FN, su padre Jean-Marie, fundador y presidente de honor del partido, ha seguido su propia senda provocadora y mordaz, con guiños continuos al antisemitismo y la xenofobia.

Este semana, la líder del Frente -favorita en las encuestas para las elecciones presidenciales de 2017- decidió intervenir, harta de sus exabruptos: convocó a su padre a un “proceso disciplinario” ante el comité ejecutivo y anunció que no lo apoyará como candidato en la región de Provenza-Alpes-Costa Azul en los comicios de fin de año. El patriarca, lejos de inclinar la cerviz, anunció que comparecerá ante la Ejecutiva “no solo para defenderse, sino también para atacar”, y acusó a su hija de querer “dinamitar el partido”.

La batalla, larvada mucho tiempo, encierra algunas claves como la desconfianza que siente Jean-Marie hacia la guardia pretoriana de Marine, compuesta entre otros por elementos antiguamente cercanos a la izquierda soberanista como el número dos del partido, Florian Philippot. El riesgo de escisión, con la que coquetea el veterano ultraderechista, está presente.

Pero fiel a su vocación polemista y presto como siempre a sembrar el desconcierto en sus filas, Jean-Marie Le Pen, de 86 años, abrió ayer una posible vía de salida a la crisis. En declaraciones al diario Le Journal du Dimanche, insinuó que su nieta, Marion Maréchal Le Pen, auténtico mirlo blanco del Frente y guardiana de su esencia ultraderechista, podría reemplazarlo en las regionales.