El rostro de un bebé amortajado impreso de metralla, un cuerpecillo desmadejado llevado en volandas, lágrimas derramadas sobre los escombros de sus infancias... Los fotogramas de la pesadilla que viven miles de niños en la Franja de Gaza se exponen, sin previo aviso, a la vuelta de la página de un periódico o en el tablón de una red social. Son imágenes impactantes, de las que se le clavan a uno como un punzón, pero cabe preguntarse si sirve de algo mostrarlas, si es ético, si se captarían con la misma crudeza en un país occidental. Tres expertos en comunicación e infancia responden a estas incógnitas.

Favorable a que se publiquen imágenes de menores víctimas de un conflicto, Ana Azurmendi, profesora de Derecho de la Comunicación de la Universidad de Navarra, considera que “una de las claves para discernir si es o no ético el uso de esas fotografías está en la finalidad con la que las ha captado el periodista y las ha difundido el periódico o la televisión. Ver a un niño angustiado sobre los escombros de lo que fue su casa nos dice más que el dato de que en los últimos 29 días se han destruido mil hogares en Gaza. Nos hiere la imagen de unos padres aferrándose al cadáver de su hijo pequeño, algo que no experimentamos con una estadística por muy buen diseño infográfico que tenga”.

Conscientes de que “las fotografías de niños en catástrofes y guerras nos inquietan”, los medios las utilizan, explica Azurmendi, “para llamar la atención”. “La imagen de un niño es un reclamo del que difícilmente nos escapamos. Lo que ocurre es que a lo mejor se trata de eso: de que no nos escapemos de una realidad de guerra, de catástrofe, de tragedia que está sucediendo ahora, mientras voy de compras o de paseo con la familia”.

También Juan Pagola, profesor de Comunicación de la Universidad de Deusto, es partidario de que se difundan imágenes de niños, “siempre que no se menoscabe su dignidad”. “Ser lo más veraz posible no significa que se deba contar la verdad de la forma más despiadada y recreándose en los aspectos menos humanizantes”, aclara. De hecho, añade, “la implicación de un narrador de la realidad que genera movilización contra una injusticia no radica en el morbo con el que lo cuenta, sino en la veracidad y la capacidad de denuncia que poseen sus argumentos”.

En esta “sociedad del espectáculo”, donde “vemos los informativos con narrativa cinematográfica”, uno se pregunta si el espectador se estará haciendo más insensible. “Quizás sí. Aquellas informaciones que no llegan con una carga de dramatismo o espectacularidad no calan, pero quizás las que vemos cargadas de gran dramatismo producen un efecto narcotizante. Hay veces que perdemos la capacidad de distinguir lo que es realidad y lo que es ficción”, concluye Pagola.

“Dramático no es denigrante” Para Eva Silván, delegada de Save the Children en Euskadi, es fundamental que “las imágenes que muestran a niños respeten su dignidad y cuenten con el consentimiento de sus padres, independientemente del país donde se tomen”. En plena recogida de firmas para pedir un alto el fuego permanente en Gaza, la ONG ha publicado los nombres de los más de 450 niños fallecidos. “La utilización de imágenes para llamar a la movilización es muy potente, pero también las cifras nos hacen entender la magnitud del impacto sobre los niños”, apunta Silván.

Respecto a si las crudas instantáneas surten efecto, defiende que “explícito o dramático no tiene por qué significar denigrante. Es importante poner las imágenes en contexto. Una foto de un niño sentado en la cama de un hospital, acompañada de su historia, es dramática y mueve a la movilización”.