Cuarenta gobiernos, cuatro organizaciones internacionales, el régimen de Bashar al Asad y una parte de la oposición siria tratan de encontrar estos días una solución política al mayor drama humanitario de este siglo: la guerra que sacude al país árabe desde marzo de 2011 y que ha dejado 130.000 muertos y diez millones de desplazados y refugiados. Sin embargo, no parece una tarea sencilla. El documento base de Ginebra 2, acordado por EEUU y Rusia en 2012 -con el visto bueno de la ONU-, fija como objetivo la creación de un gobierno de transición en el que estén incluidos tanto miembros del actual Ejecutivo como de la oposición. El texto establece también que "todos los grupos y segmentos de la sociedad deberán poder participar en el proceso de diálogo, que será inclusivo y significativo".

En cambio, cada una de las partes ha acudido a esta cumbre con su propia agenda y objetivos: la oposición, representada por la Coalición Nacional Siria (CNFROS), busca la caída de Al Asad; el régimen se limita a acusar a todo opositor de terrorista; Estados Unidos quiere abrir la vía a una transición incluyente; Rusia reza para que el presidente sirio se mantenga en la silla, y las monarquías del Golfo, todo lo contrario: buscan la forma de facilitar el acceso al poder de la oposición. Pero es que, además, no están representados ni todos los actores en el conflicto ni los diferentes segmentos del país, lo que hace más difícil pensar en la paz a corto plazo.

La oposición que lucha por la caída de Al Asad ha acudido a esta cita más dividida que nunca: el Consejo Nacional Sirio (CNS), uno de los principales grupos políticos de la CNFROS, ha abandonado la coalición por su oposición a participar en la cumbre de Ginebra 2. Además, en el terreno han surgido en los últimos años diferentes grupúsculos armados que ahora se enfrentan entre sí por el control del territorio. La lucha se concentra especialmente en la mitad norte del país, en las provincias, de Hama, Homs, Alepo, Idleb, Al Raqqa y Deir al Zour.

Allí, tanto el Ejército Libre Sirio (ELS), como el Frente Islámico se enfrentan a los yihadistas del Estado Islámico de Irak y Levante (ISIL), que ha logrado hacerse ya con el control de la ciudad de Al Raqqa, la única capital de provincia que había logrado dominar el ELS. En los primeros días del año, los enfrentamientos dejaron un millar de muertos. Al Hasaka, mientras, está bajo dominio kurdo. Allí, el partido Unión Democrática Kurda (PYD) ha declarado la autonomía y está inmerso en la creación y composición de sus instituciones de gobierno. A pesar de ello, el PYD y su milicia armada siguen teniendo que defender el territorio de los intentos de otros grupos de hacerse con el control de los pasos fronterizos con Turquía.

El presidente de la PYD, Saleh Muslim, lamentó el pasado jueves la exclusión de una delegación kurda de este proceso -sí participa el Comité Nacional Kurdo, enfrentado políticamente al PYD y que forma parte de la CNFROS-. Muslim denunció, asimismo, que los participantes de la oposición no han sido elegidos por la ONU, sino por Estados Unidos. Según el dirigente kurdo, las negociaciones no tendrán éxito para decretar un alto el fuego porque la delegación que compone la oposición no controla a las fuerzas armadas que operan en el terreno.

Mientras, Siria se desangra en un conflicto que ha adquirido dimensiones regionales: el bloque chií, Irán y Hezbolá, apoyando a Al Asad, frente al suní, encabezado por las monarquías del Golfo, que surten de armamento y dinero a los opositores moderados.

Fracaso colectivo La inacción inicial, el veto de Rusia y China en el Consejo de Seguridad posterior y el desconcierto final de la comunidad internacional ha llevado a Siria a un callejón sin salida. Y el fracaso no ha sido solo diplomático, sino también a nivel humanitario. Las cifras son escandalosas: 130.000 muertos, 6,5 millones de desplazados internos, 2,4 millones de refugiados (el 97% en cinco países: Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto) y unas 2,5 millones de personas atrapadas en las zonas de combate. A todo ello se suma la escasez de medicinas, electricidad, combustible, agua potable y alimentos, y que los equipos médicos y humanitarios no pueden moverse libremente.

Con el inicio de Ginebra 2, Amnistía Internacional ha pedido esta semana al régimen sirio levantar el sitio que mantiene sobre varias localidades controladas por la oposición. "El Gobierno sirio ha obstaculizado el envío de ayuda de vital importancia a la población civil de Damasco y sus alrededores, incluido el campo de refugiados palestinos de Yarmuk, donde desde julio se ha registrado la muerte de al menos 49 personas, en algunos casos de hambre", segura la organización.

Desde que el pasado verano se instalaran en el campo cuatro grupos armados, el régimen ha bloqueado la entrada de todo tipo de suministro, así como la salida de sus residentes -solo dejó salir a los enfermos, mujeres embarazadas y niños el pasado lunes-. "Un enfermo de un hospital local contó que desde mediados de noviembre de 2013, cuando las fuerzas del Gobierno se hicieron con el control de una zona próxima al campo, varios civiles han muerto por disparos de francotiradores al salir a buscar alimentos por las tierras de cultivo circundantes", prosiguió Amnistía Internacional. En Yarmuk, que llegó a acoger a 250.000 personas, quedan hoy en día 18.000.

Los refugiados Las consecuencias del conflicto se están viviendo con especial crudeza en los países vecinos, que acogen a cientos de miles de desesperados ciudadanos sirios en condiciones precarias, lo que a su vez amenaza la estabilidad interna. En Líbano, por ejemplo, viven ya más de 900.000 refugiados sirios -la mayoría suníes-, lo que supone el 20% de la población del país de los cedros. Con 4,5 millones de habitantes, Líbano mantiene un delicado equilibrio confesional, por lo que no es de extrañar que se haya visto contagiado por el conflicto sirio. Por si fuera poco, el Banco Mundial ha previsto un aumento de la pobreza este año como consecuencia de esta emergencia. Lo mismo le ocurre a Jordania, que acoge a más de medio millón de refugiados, el 10% de su población. Allí se encuentra también el mayor campo de refugiados sirios: el de Zaatari, donde malviven 125.000 personas.

Sin embargo, pese a los llamamientos de las Naciones Unidas para aliviar la situación de estos países, el mundo solo se ha ofrecido a acoger a algo más de 15.000 sirios. El más generoso a sido Alemania, que ha ofrecido 10.000 plazas, mientras que otros, como el Reino Unido, se han limitado a hacer oídos sordos.