VITORIA. En la canícula de julio de 2007, entre el océano de plásticos que es El Ejido, el país de los invernaderos, los Rolling Stones, una de las grandes bandas de la historia de la música sacaba la lengua desde el escenario al son de Satisfaction. Himno del grupo, Satisfaction se enroscaba de maravilla en la radiografía de una España que vivía despreocupada, a todo trapo, creciendo más que nadie. El milagro español lo llamaban. En tiempos de bonanza y de los Mercedes como barcos, en El Ejido, una frase mil veces repetida en charlas de terraza tapas y cerveza resumía el decorado de la agricultura intensiva, pero sobre todo la situación económica española. "Que trabajen los rumanos".

Seis años después, con la crisis en plena metástasis, nadie habla así. El discurso entre una parte de la población es otro, justo el contrario, una idea peligrosa que se extiende por toda Europa, donde los ataques xenófobos están cada vez más presentes en un continente en el que la ultraderecha avanza sin desmayo. Un balcón desde el que asoman líderes populistas y demagogos que ofertan soluciones rápidas y sencillas a un problema extraordinariamente complejo con una mensaje que esquiva el intelecto y se dirige a las tripas de la ciudadanía, capaz de ser seducida con el perversa idea del: o ellos o nosotros. "En Europa se están dando síntomas prefascistas", engloba Xabier Aierdi, director del Departamento de Sociología de la Universidad del País Vasco y codirector del Observatorio Vasco de Inmigración. El "protofascismo" como lo denomina Aierdi ha acampado en Europa.

Los datos certifican el ascenso de la ultraderecha, que ha colocado diputados en varios hemiciclos del norte y del sur de Europa, amparado su empuje por la espoleta de la crisis económica. "Es cierto que con la crisis y con la precarización la ultraderecha es más visible, pero el elemento económico no es el único para entender este fenómeno, también existe el elemento político: la escasa credibilidad de los políticos y de las instituciones", dice Asier Blas, politólogo y profesor de la UPV, que distingue entre las derechas extremas del norte y el sur de Europa. "Hay una ultraderecha moderna, con un marcado sesgo liberal que atiende las reglas del juego, que no va contra el sistema en sí y está presente en el norte de Europa. Luego existen casos como el Griego, con Amanecer Dorado o el partido Jobbik, en Hungría, que se sustenta en el odio contra los gitanos o los judíos".

Aunque englobados bajo el epígrafe de ultraderecha, cada país posee sus propias características, recuerda Xabier Aierdi. "No es lo mismo la ultraderecha holandesa que la polaca o la húngara. Hay países en el que el pseudoracismo ha estado latente, países que históricamente han contado con líderes muy poco democráticos y en esos es más fácil que prenda la xenofobia y que cale un discurso simplista y visceral, de soluciones fáciles". Asier Blas coloca el foco sobre Grecia, un país en pleno derrumbe económico, sacudido como nadie por los recortes procedentes desde la troika. El desapego de la población por la clase dirigente y la desesperación han encontrado un catalizador como Amanecer Dorado, una formación abiertamente xenófoba, residual en 1994, y que aglutinó el 7% de los votos en los últimos comicios.

amanecer dorado "Grecia es un país que en el reparto tras la Segunda Guerra Mundial cayó en el eje occidental, pero económicamente siempre ha sido débil. Además, por su situación estratégica, históricamente ha estado en constante estado de alerta con Turquía y posee un componente nacionalista muy pronunciado. Todos esos elementos, junto a los recortes y la crisis, han propiciado algo tan demencial como Amanecer Dorado", analiza Blas. La formación ultranacionalista, que dice defender a sus compatriotas ofreciéndoles comida, no esconde su odio ante los inmigrantes.

A ese reduccionismo se llega por la vía de la desconfianza de la sociedad frente a los mandatarios. "Los políticos no pueden ser el tercer problema de España. Y que se entienda, hablo de la política. El que sea corrupto, que le juzguen y a la cárcel, pero el hecho de no creer en la política es peligroso porque se produce el caldo de cultivo preciso para que aparezcan los salvadores, los populistas y los demagogos y ya sabemos de qué tipo de personajes hablamos", advierte Aierdi, que no es ajeno a la incapacidad de los gobernantes para combatir el desplome económico, factor que sirve como lubricante para el mecanismo de la ultraderecha. "Hasta 1980 los Estados tenían capacidad sobre la toma de decisiones, pero eso ha cambiado. En un mundo globalizado como el nuestro hay que partir de la base que la política está supeditada al poder económico, a su chantaje, de ahí que los gobiernos locales apenas tengan margen real para solucionar los problemas debido a su complejidad. La política y la economía cada vez está más alejada. Eso les pasa a todos los mandatarios. También a Merkel".

Ante esa realidad vidriosa, repleta de aristas, ovillada, viscosa y afilada, la ultraderecha propone cirugía de urgencia. "El mensaje de la ultraderecha esquiva la reflexión y el intelecto, va dirigido a las tripas del votante. Por eso y porque es simple puede resultar atrayente", examina Asier Blas. Sostiene que en el armazón ultra es necesario "un enemigo exterior, en este caso los inmigrantes" así como "vender la idea de la protección" de los nativos, casi siempre amparada en "un nacionalismo endógeno". Esos ingredientes, sumados a la atomización de la sociedad, a su individualización, superada la lucha de clases, pueden voltear la percepción de la realidad y lograr imposibles como en Francia. "El ejemplo del Frente Nacional en Francia es curioso porque su mayor caladero de votos proviene de la clase obrera, lo que se conoce como proletariado". Sucede que la fuerza obrera cada vez tiene menor presencia en la aristocrática Europa, cuyos centros de producción se sitúan en Asia, África o Latinoamérica.

El vaciado de la clase trabajadora ha situado la idea de la nación como una especie de tabla de salvación. "Las personas que más sufren la crisis se agarran a las fuerzas que les prometen que les van a cuidar, que no les van a dejar tirados", incide Aierdi. En esa esperanza sobresale la idea fuerza de la nación, con amplio recorrido entre las capas más humildes de la sociedad, muy receptivas ante debates sesgados y simplificados. "Tú eres de los nuestros y ellos no. Eso vende mucho en estos tiempos", proclama Asier Blas, al que le preocupa, ante todo, que esta clase de ideas contrarias a la convivencia y a los derechos humanos, se hayan propagado de tal manera por el forro de Europa que incluso se han posicionado en la agenda política de los partidos tradicionales "de una u otra manera". "Todos los partidos viven de los votos y los discursos se están radicalizando. Ocurrió en Francia con Sarkozy, que peleaba con Le Pen por los mismos votos, y solo hay que ver la propuesta de Cameron y el referéndum para abandonar Europa. Eso hablando de partidos tradicionales. La ultraderecha no solo ha conseguido entrar en algunos gobiernos sino que su discurso está presente en la agenda política", dice Blas sobre una Europa categorizada, con ciudadanos de primera y de segunda. "El partido Filandeses verdaderos es un ejemplo de esa vertiente", esgrime Aierdi, que advierte de la desafección no solo de los partidos de ámbito local sino también de las instituciones europeas. "El antieuropeismo es otra de las señas de identidad de la ultraderecha".

Aunque los tics ultras no son tranqulizadores y se deben combatir con determinación, entienden ambos expertos que "no se debe exagerar" y sostienen que el poder de la extrema derecha es más "visual" que real. "Una cosas es prometer soluciones fáciles y otra, bien distinta, enfrentarse a una realidad sumamente compleja que va más allá de un puñado de decisiones populistas y demagógicas", amplifica Aierdi, que contempla un escenario que requerirá otra reformulación, la de una Europa en la era del postempleo "porque no se necesitará tanta mano de obra como ahora" lo que obligará a hacer frente a enormes y complejos retos. "En el futuro habrá que reinventar una sociedad capaz de integrar a la gente que no tenga empleo de manera digna. Será preciso un gran pacto, un rearme moral", vaticina sobre la Europa de los fantasmas.