la importancia de la Compañía de Jesús en la Iglesia católica no se entiende sin atender a la peculiar figura de su fundador, el vasco San Ignacio de Loyola. Nacido en la localidad guipuzcoana de Azpeitia, Iñigo López de Loyola imprimió a la orden religiosa un aire característico derivado del hecho de que en su juventud fue militar. Herido en una batalla en Iruñea, abrazó la fe durante su larga convalecencia en la que puso en marcha sus famosos ejercicios espirituales. La máxima mitad monje y mitad soldado que definió a Ignacio de Loyola explica bien como la orden religiosa creada "Ad maiorem Dei gloriam" (A la mayor gloria de Dios) se fue extendiendo por el mundo.
El menor de ocho hermanos fue reclamado en su niñez por el Contador Mayor de Castilla, Juan Velázquez de Cuéllar, para ahijarlo y darle una mayor educación y, sobre todo, la formación militar. Al morir su protector es enviado, en 1518, al servicio del duque de Nájera, a la sazón Virrey de Navarra. En 1521, bajo la bandera de Castilla defiende Pamplona del asedio de tropas navarras de Iparralde y resulta herido en las piernas por una bala de cañón.
Tras pasar por su casa natal fue al Monasterio de Monserrat, en 1522, donde decide colgar sus vestiduras militares y abrazar con mayor fe una religiosidad acendrada en el retiro espiritual, austero y espartano, que mantuvo durante varios meses en Manresa.
De allí sale decidido a incrementar su formación y estudia latín en Alcalá de Henares y en Salamanca, donde empezó a predicar sus ejercicios espirituales.
Mal visto ya por la jerarquía local, en 1528 se trasladó a París donde se formó durante siete años en su universidad. A orillas del Sena funda con otros seis compañeros, entre ellos el navarro Francisco de Javier, la Sociedad de Jesús, en 1534.
La formación militar de Ignacio de Loyola fue la base sobre la que creó una compañía al servicio de Jesús. Así reclutó a los primeros compañeros, alistados bajo su bandera, para emplearse en el servicio a Dios y al bien del prójimo.
En 1540 el papa Paulo III confirmó la orden mediante la bula Regimini militantis y le permitió expandirse mediante la bula Injunctum nobis (en 1543). Así nacía oficialmente en el mundo católico la Societas Iesu, la Compañía de Jesús o, como se le conoce popularmente en todo el mundo, la orden de los Jesuitas. La disciplina cuasi castrense de los jesuitas, orden que se pone al servicio indiscutible del Papa, les permite crecer por medio mundo pero sufren también numerosas persecuciones y expulsiones.
San Ignacio de Loyola quiso que sus miembros, al igual que en un ejército, estuviesen siempre listos y preparados para ser enviados con la mayor celeridad, allí donde fueran requeridos por la misión de la Iglesia. Por eso los jesuitas profesan los tres votos tradicionales de la vida religiosa: obediencia, pobreza y castidad. Pero además un cuarto voto que les ha acarreado problemas varios: obediencia explícita al Papa.
La disciplina ignaciana y la voluntad del fundador de que sus miembros contasen con la mayor formación y preparación posible en cada momento ha hecho que los jesuitas sean una de las órdenes religiosas con mayor preparación tanto espiritual como académica. Ello, combinado con su inclinación notable hacia la educación, -no hay que olvidar que gestionan numerosos colegios así como una red de prestigiosas universidades repartidas por medio mundo desde la vasca Universidad de Deusto a la más antigua de Estados Unidos, la Georgetown University de Washington-, han hecho de los jesuitas un instrumento fundamental de la Iglesia católica a lo largo de todo el orbe.
San Ignacio de Loyola, fallecido el 31 de julio de 1556 en Roma, es el santo patrón de los territorios vascos de Bizkaia y Gipuzkoa, y a partir de ahora uno de sus seguidores, el padre Jorge Mario Bergoglio gobernará, por primera vez, la Iglesia de Roma como Francisco.