Gdansk (Polonia). Alexandra Olszewszka, a sus "15 años para 100", arregla a diario las flores de la valla que Lech Walesa escaló ilegalmente en la huelga de agosto de 1980, en los astilleros Lenin de Gdansk. Esta vivaracha mujer polaca conoció muy bien al que años después fuera presidente de Polonia y líder del sindicato Solidaridad (Solidarnosc), ya que su marido trabajaba con él en los astilleros que labraron una auténtica revolución política y social en el país eslavo, y en el Este, hace tres décadas.
Walesa "no caminaba, sino volaba", expresa líricamente la propietaria del kiosco situado junto a la mítica verja, recordando cómo, en aquellos días críticos, la Policía les quitó la documentación y "no nos dejaba poner flores por los obreros asesinados". Ella vende merchandising que evoca los albores de Solidaridad. Actualmente sigue viendo a la exmujer de Walesa, Danuta, sobre todo cuando alguna vez llevan a los nietos a la iglesia. El expolítico también reside aún en Gdansk.
Efectivamente, Walesa era un hombre de origen humilde que trabajaba como electricista en los astilleros de su ciudad. Fue miembro del comité ilegal de huelga de 1970, que se saldó con 80 trabajadores muertos por los antidisturbios, y él sería detenido y encarcelado durante un año. En 1976 fue despedido de su puesto por estar en una lista negra y, con nada menos que 8 hijos, fue mantenido una temporada por varios amigos.
Liberado a principios de 1980, regresó al astillero, donde se inició otra huelga el 14 de agosto, en la que escaló la valla como líder retador. Y otros paros se propagaron por el país. El 31 de agosto, el Comité de Coordinación de la Huelga logró que el Gobierno comunista firmara un acuerdo, que legalizaba la organización. Walesa presidió entonces Solidaridad, hasta que el primer ministro, Wojciech Jaruzelski, declaró la ley marcial, por lo que otra vez fue apresado, por 11 meses. Consiguió volver a los astilleros, pero hasta 1987 sufrió una especie de arresto domiciliario. Antes, en 1983, había recibido el Premio Nobel de la Paz, que recogió Danuta por precaución.
Tras presionar mediante una nueva huelga en el 88, el Gobierno accedió a conversar en una mesa redonda en septiembre, en la que Walesa era un líder informal. El Gobierno firmó finalmente el restablecimiento de Solidaridad y la organización de elecciones "semi-libres" al Parlamento. El electricista, sin grandes conocimientos y buenos asesores, obtuvo la mayoría en los comicios de 1989. En realidad, era un sindicalista con poder en el Parlamento. Ese año fue capaz de conseguir que se formara una coalición gubernamental, logrando el primer gobierno no comunista en el bloque soviético. Para sorpresa del PC polaco, el parlamento eligió a Tadeusz Mazowiecki como Primer Ministro y en 1990 el propio Walesa se erigió como Presidente, revalidando anualmente dicho cargo, hasta 1995.
Hoy, la visión de los famosos astilleros parece un flash-back de la Ría de Bilbao en los 80. Walesa sigue activo -aunque vive en un pudiente chalet-, para dar a conocer su país, y es doctor honoris causa por varias universidades del mundo. El Papa Wojtyla, muy querido por los polacos, le aupó en su propósito. Pero en Polonia es aún más valorado como sindicalista que como presidente.
después de la urss
Tres décadas creciendo
En la exposición Caminos hacia la Libertad, en un búnker de Gdansk, recrean el racionamiento alimenticio e ideológico que los 40 años de influencia soviética acarrearon a Polonia. Pequeñas celdas en las que se recluía a los disidentes políticos, la represión contra los huelguistas y lo que actualmente consideran los polacos testados por DEIA un triunfo, una liberación: las piezas de dominó que empujó Polonia en su zona de influencia, siguiéndola en sus pasos hacia un nuevo sistema la República Checa, Hungría, Bulgaria...
En pleno año del Europeo -con todos los ingresos que ha generado, y la proyección que el país ha tenido en el mundo-, los polacos sonríen, contentos. Tres décadas después de la revolución de Solidaridad, el país está remozado; sus universidades, comercio e industria crecen, pujantes, y las infraestructuras han mejorado con el pretexto de la Eurocopa. Con ayudas de la Unión Europea hasta 2013, los ciudadanos polacos viven hoy lejos de la crisis económica global. Pero, para ellos, esta situación es novedosa, pues fueron literalmente merendados en la Segunda Guerra Mundial y las cuatro décadas bajo dominio soviético son recordadas agriamente por mayores y jóvenes. Todavía en Wroclaw, ciudad que será Capital Cultural junto con Donostia en 2016, pequeños gnomos protestan por las calles ante el régimen que, al parecer, les atenazó.
"Nos vendieron a Stalin", indica Joanna Zawadzka, profesora y guía por Wroclaw, hilando los acontecimientos históricos que tanto agobian aún a polacos de todo pelaje. Así, por ejemplo, su homólogo en Gdansk, Mariusz Levy, bromea al mostrar la exposición Caminos hacia la Libertad: "Los textos están en varios idiomas, hasta en ruso", ironiza. Marcin, un conductor muy lúcido pero de solo 22 años, admite que no simpatiza con los alemanes porque le recuerdan lo ocurrido en la Gran Guerra. En Polonia, por ejemplo, hablan perfectamente inglés, y sienten aprecio por el castellano y por el Estado español, pero no por el alemán y el ruso.
De hecho, la transición que vivieron en los 80 se basó, en buena parte, en la española, señalan allí.
el estigma de la guerra
El país reconstruido
Polonia fue la primera nación asediada por Alemania, y campo de batalla con Rusia, en la Segunda Guerra Mundial. Su devastación no pasó solo por sus edificios -que debieron ser reconstruidos en un 80-90%-, sino que además murió un 20% de la población total -6 millones de 30-, y 12 millones de polacos emigraron, conformando Las otras Polonias, en Alemania, Francia, países limítrofes del Este, Sudamérica y, sobre todo, Estados Unidos -solo en Chicago hay 1,8 millones de polaco-americanos-. Los guettos hacinadores en Varsovia no impidieron que la mayoría de los judíos fueran exterminados -Irena Sendler salvó a 2.500 de sus niños-. Las ejecuciones de polacos fueron abrumadoras.
El periplo por la esplendorosa Polonia de 2012 tiene, pese a las sonrisas, memoria. Así, en pleno castillo medieval de Malbork, clave para el turismo del país, se muestra una amplísima foto en blanco y negro de lo poco que quedó de esa edificación en 1945. Por la Vía Real de Gdansk hay una enorme doble foto del antes y el después, y en la preciosa Universidad de Wroclaw, también. En la futbolera e histórica Poznan, Paulina Ratkowska guía por la luminosa Plaza del Mercado, con su flamante Ayuntamiento, pero, muy seria, saca el álbum de fotos sepias ineludibles. "En Europa, cuando querían reconstruir algo, llamaban a un arquitecto polaco", bromea.
La huella del pasado sigue, pues, vigente en los descendientes de quienes sufrieron penalidades el siglo pasado. La Ciudad Vieja de Varsovia, Patrimonio Cultural de la Humanidad, fue reconstruida en un 90%. Zawadzka jugaba de niña entre ruinas. Apunta cómo "algunos polacos del exilio quieren volver, otros no...". Y es de entender: la hoy Tercera República de Polonia fue vapuleada en las dos guerras mundiales y en 40 años de socialismo férreo, en el que se sintieron "vendidos". La directora de Turismo Agata Witoslawska y Mariusz Levy coinciden: "Tras haber tenido que construirnos de cero ahora nos miran con otros ojos. Pero estuvimos acomplejados".