teherán. Una mujer iraní irrumpió en la comitiva que acompañaba al presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, y rompiendo el férreo cinturan de seguridad que le acompaña se subió a su coche oficial para mirándole a los ojos decirle: "Ahmadineyad, tengo hambre". No era ni una espía sionista ni una enviada de Obama. La mujer, vestida de negro con un hiyab tampoco le pedía cambios democráticos, ni denunciaba fraude electoral alguno, ni siquiera pedía igualdad para la mujer persa. Lo quería era comer, una petición más revolucionaria todavía.