Misrata. "Gadafi está utilizando a cientos de mercenarios. Vienen de Chad, Níger o Mali. Les da Viagra y les dice que pueden hacer lo que quieran en las ciudades que conquisten". Habib, un libio de origen tunecino, explica de esta manera una de las ideas más extendidas entre la población de las ciudades rebeldes: el uso por parte de Gadafi de combatientes originarios del África subsahariana, a quienes instaría a violar a las mujeres que encuentren a su paso. Sorprendentemente, este rumor ha saltado de las calles de las ciudades libias bajo control rebelde a las portadas de los medios de comunicación después de que Susan Rice, embajadora norteamericana en la ONU, diese credibilidad públicamente a la historia. Eso sí, sin querer revelar la procedencia de la información. No hace falta más que pasearse un solo día por las calles de Bengasi, Ajdabiya o Misrata para saber de dónde se sacó la idea la representante estadounidense: cualquier libio que ondee la tricolor relata insistentemente la misma historia. Lo que no quiere decir que sea cierto. La única prueba que los rebeldes han llegado a mostrar es una caja de gingseng supuestamente hallada en uno de los edificios donde se refugiaron los francotiradores en Misrata. Ni siquiera Human Rights Watch ha avalado la historia. Lo único cierto es la existencia de mercenarios. Tanto en Misrata como en Ajdabiya o Brega han sido capturados o se han recuperado los cuerpos de milicianos originarios de Chad o Nigeria. Han aparecido pasaportes de esas nacionalidades en el campo de batalla. Aunque uno no siempre puede estar seguro de si el detenido era un uniformado a sueldo de Gadafi o un simple inmigrante que trataba de escapar. Como ocurrió hace dos semanas en la puerta oeste de Ajdabiya, cuando tres subsaharianos fueron capturados y exhibidos ante los fotógrafos. "Estábamos asustados e intentábamos huir", es lo único que consigue decir en árabe uno de ellos a sus captores. Tampoco es fácil escucharle entre el griterío. Es obvio es que están aterrorizados. Varios rebeldes les protegen mientras que decenas de personas tratan de agredirles. Finalmente, logran ser introducidos en tres pick-up para trasladarlos a una de las prisiones de Bengasi. Una cárcel que, en los primeros días de la revuelta, se había convertido en una de las principales visitas propagandísticas. Los prisioneros eran separados por razas (árabes por un lado, negros, por el otro) y se exhibían como trofeo de guerra. Hasta que alguien de la ONU debió de explicarles a los rebeldes que la Convención de Ginebra no ve con buenos ojos eso de exponer a los presos.

Lo que no se puede obviar es que la presencia de combatientes procedentes de África subsahariana ha servido como excusa para poner en el punto de mira a unos inmigrantes que también sufrieron la persecución del régimen. Y ha dado vía libre a un resentimiento latente contra los africanos que existe en parte de la población. "Somos un país con petróleo, pero Gadafi se ha gastado el dinero en África, no en sus propios ciudadanos", asegura Abdul Ahmed, uno de los responsables del Consejo en Misrata, que pone voz a otro de los tópicos que repiten continuamente los libios. Quizás una forma de encontrar un enemigo más débil en un momento en el que el campo militar no avanza en el sentido en el que les gustaría a los rebeldes.